jueves, 24 de enero de 2008

SIN FE

No podía dejar de pensar en lo que me había dicho Waterboy.
No podía esperar la oportunidad, tenía que buscarla.
Fui hasta el club y esperé en el bar hasta que lo vi a Manuel. Fui hasta él.
-Qué pensás hacer con Berta? –dije.
-Esta noche no puedo. Pero hablá con ella.
-No, no hablo de esta noche. Me refiero a si vas a seguir con las dos.
Mi miró sin sorpresa. Me siguió mirando como si esperara que yo siguiera. Era una mirada neutra. Como si no importara nada de lo que estaba diciéndole. Después miró el ficus, se detuvo ahí como si yo no estuviera. Hasta que por fin me dijo que tenía una clase y se fue.
Tenía estrangulado el estómago. Quedé desalentada, sin poder moverme, sin saber qué hacer. Vi que eso era lo que Berta llamaba su violencia omisiva. Nosotros la descalificábamos: Manuel es todo lo contrario de un tipo violento. Pensábamos que era a la inversa, si la violencia existiera entre ellos sería detonada por Berta. Manuel imposible.
Y ahora yo podía ver esa violencia sofisticada en la manera que Manuel tenía de negar, de no decir como un mecanismo que permita no reconocer ciertas realidades.
Porque podía pensarse que el silencio obedeciera a que en realidad Waterboy inventó y mi acusación fuera infundada y Manuel, que es todo un gentleman y no maltrataría a una amiga de su novia, no dijera nada por educación, por sentido cívico. Pero ese razonamiento no explicaba su incolumidad gestual: ni un atisbo de sorpresa ni de indignación.
Tenía que ser verdad.
Los días siguientes conviví con un desaliento invencible. Estaba sin fe. Como el tango. Tarde me di cuenta que al final se vive igual mintiendo. Porque si bien era Manuel y no alguno de mis amigos, el episodio conseguía que yo cayera en esos lugares en que perdía la fe en la humanidad. No es que me considerara impoluta ni se trataba de un juicio de tipo moral, era sólo que no podía entender, dentro de las tantísimas cosas que no lograba entender, cómo se podía vivir mintiendo. No odiaba a Manuel, no me compadecía de Berta. Era sólo que no podía entenderlo.
No tenía ganas de hablar, ocupaba el tiempo trabajando, me llevaba trabajo a casa y lo terminaba para el día siguiente. En un momento en que entré al despacho del jefe me preguntó si estaba todo bien.
-Sí, todo bien –le dije.
-Querés hablar? –preguntó.
-No, está bien, gracias –le dije sonriendo. Mi jefe era un buen tipo. Tanto lo era que se preocupaba cuando sus empleados estaban en la etapa más productiva. Podía contar con él, eso era suficiente para mí y esperaba que él lo supiera sin que dijéramos nada.
Unos días más tarde Manuel me llamó por teléfono.
-Hacé lo que quieras –dijo- Decile. No le digas. Lo que te parezca. Lo único que espero es que tengas en cuenta que yo ya no existo para ella, le da lo mismo que esté o no. Hace tiempo que es así.
Es así. Manuel habría dicho “es así” como Waterboy y optado entonces por las alternativas disponibles sin mayores disquisiciones? O, agotado por la indiferencia de Berta, por su permanente desdén, por la irrecusabilidad de la agonía habría optado por ese modo solapado de llamar su atención o de dejar en sus manos la decisión que él no podía tomar? Porque entre las cosas que yo no podía aceptar estaba la posibilidad de que Manuel ya no estuviera enamorado de Berta. Cómo no iba a estarlo? Manuel vivía por ella, todo lo que hacía pasaba por el tamiz Berta, le consultaba hasta lo más mínimo, la trataba como si ella fuera su bien más preciado.
Cómo era entonces que Manuel le mentía. Le mentía con asiduidad, tocaba los brazos de la otra, le acariciaba el pelo, la desnudaba en el vestuario, y después hola Berta, le pellizcaba el cuello como hacía él cuando tenía hambre, me voy tengo una clase y es tarde. Cómo era que Manuel mentía como todos. Era Manuel sí pero yo seguía con indigestión.
Esa noche no podía dormir. Tendría que medicarme? Decir “es así” y apelar a la alternativa química? La infidelidad de Manuel era eso: es así, y la alternativa química.
Yo no quería anestesiarme. No podía ni aunque hubiera querido. No quería para mi vida ni mentiras ni pastillas para dormir. Todo eso hacía que estuviera sin fe. Tanto que no quería siquiera ver a Calio.

LA CONSIGNA

Manuel seguía de viaje y yo tenía todo el tiempo para mí. Pasaba horas en la bañera, ponía sales y velas y leía poemas de Orozco y Pizarnik. La consigna era no pensar en nada, dedicarme sólo a mí y después, sólo si me quedara algo de tiempo, a mí de nuevo.
Empezaba el fin de semana y me había levantando temprano. Abrí el diario. Busqué la sección de espectáculos. Teatro: H2O.
Podía llamar a Juan, le encantaba el teatro. Era una buena excusa para llamarlo. Quería hablar con un hombre de mi situación con Manuel y Juan era el indicado. No Narcisa con su agua de lluvia, ni Calio con su machismo antropocéntrico importado de Chile. El indicado era Juan. Era sensible. En realidad Calio lo era, pero había tomado cierta distancia del tema que yo atribuía a la pertenencia a la cofradía masculina, porque si bien Manuel y él no eran amigos, Calio tenía principios y no se pondría en contra de su congénere. Además si no eran amigos era porque Manuel tenía celos o algún tipo de sentimiento que lo hacía ponerse erizo cuando estaban mis amigos.
Juan era sensible y probablemente gay, lo que colaboraba con la causa. La consigna era un punto de vista lúcido, no un romance inoportuno ni una crítica inadecuada. Estaba demasiado susceptible como para aceptar críticas.
-No tiene teléfono. No usa –dijo Calio- Te doy su correo electrónico.
Claro que no usaba. Por eso estaban tan amigos con Calio. Tendría razón Manuel cuando decía que todos mis amigos eran snobs? No. No era el momento de darle la razón a Manuel.
No antes de tener una opinión neutral. Esa era la consigna.
Me contestó el mail a los diez minutos y quedamos en encontrarnos después de mi trabajo.
Faltaban quince minutos para el fin de mi semana laboral. Yo escuchaba a una Shirley que con voz de gallina me explicaba que en su línea aparecía todo el tiempo un tal Brandon y ella no podía comunicarse con ningún número sin que apareciera Brandon. Yo tenía ganas de decirle que se echara un buen polvete con Brandon y se abonara a otra empresa, pero no podía entonces I’m sorry ma’am but I’m not able to help you right now cuando lo vi parado detrás del vidrio, me saludaba y decía algo que debía ser está bien, te espero.
En la obra había unas mujeres en traje de baño y con antiparras, hacían movimientos tipo danza acuática y decían un texto terrible. En el programa se explicaba que la autora era de Santa Fe, que se refería a la inundación que había ocurrido allí y que el director había trabajado en una pileta de natación con las actrices que decían el texto desde la pileta. Así había nacido la obra.
Cuando terminó fumamos un cigarrillo a medias.
-"Sí. Todo ha cambiado. Hay una visión anterior a Rank y una natación posterior a Rank. ¡Tal vez por fin me ha llevado a nadar en la vida en lugar de coleccionar acuarios! Los acuarios llevan el sello de la inmovilidad. Un amor por las cosas tan grande y posesivo que me ha inmovilizado de terror”- me dijo.
-Quién es?
-Anaïs Nin.
-Lindísimo –cerré y nos quedamos en silencio hasta que se terminó el cigarrillo.
Fuimos al bar del puerto. Sonaba Around midnight, una versión de Ligia Piro.
-Lindísimo –volví a decir.
Todo me parecía lindísimo. Estaba perdiendo de vista la consigna y no podía permitírmelo. Pedimos martinis. Un chico pasó y miró descaradamente a Juan. El le sostuvo la mirada.
-Es Bajofondo, no? –dijo.
-Mardulce. Tema 15.
Como no dijo nada volví a decir lindísimo. El también era lindísimo.
-Qué hora es?- preguntó.
-Las doce y cinco.
-Deberías decirme feliz cumpleaños.
No le creí. No podía ser su cumpleaños. Era como Calio o quería serlo, no podía saberse si decía la verdad o jugaba. Estuvimos quince minutos así, yo sin creerle y él diciendo igual no importa pero sí es mi cumpleaños.
Al final le dije feliz cumpleaños y como regalo le leí las líneas de las manos, inventando lo que pude, él riéndose y yo apartándome de la consigna.
Qué hacíamos él y yo, dos extraños en el día de su cumpleaños, creyéndonos los absurdos planes para el futuro que disponía el mapa de su mano. Dos soledades en una pequeña isla del mar dulce sonando. Qué hacían todas las soledades del bar, todas las soledades de la noche. Entendí por qué se había acercado a nosotros la noche del teatro. Me sentí triste como un modigliani. Me venían unas lágrimas y no las quise, las puse en los dedos de mi mano derecha y los dediqué a hacer girar el anillo de Juan.
No quise preguntar cuántos años cumplía. Eramos jóvenes, pero yo tenía posibilidades de ser una mujer sola y él era un chico gay. No era conveniente el tema.
Ya estábamos demasiado mareados como para empezar con la consigna. Salimos y lo invité a dormir en mi departamento porque el suyo estaba como a una hora.
-Por ser tu cumpleaños te presto el sofá –le dije mientras improvisaba su dormitorio en mi living.
Fui a preparar café. Cuando volví con las dos tazas estaba dormido. Las dejé nuevamente en la cocina.
A la mañana Juan no estaba. Había dejado una nota que decía “Gracias por la noche y las ficciones”.
No había cumplido la consigna, pero no importaba. Busqué mi copia de Mardulce. Llamé a una mensajería y envolví el disco en papel celofán. A los quince minutos apareció el chico de la moto.
-La consigna es que llegue hoy –le dije.

ES ASI

El domingo fui a nadar temprano como no lo hacía desde tiempo atrás. No hubo premeditación: Calio me llamó inexplicablemente a las ocho de la mañana para contarme su nueva afición por el origami, o algo similar, no sé muy bien qué fue lo que dijo porque todavía no estaba despierta. Pero me alegré de escucharlo. Últimamente él salía con Juan, Berta salía con Juan, todos salían con Juan, excepto Anka y yo, que seguíamos lobotomizadas, ella por el amor y yo por no soportar el mundo.
Me despertó para eso.
Pero no me enojé.
Desayuné mientras hacía las palabras cruzadas de un diario viejo. Decidí que iría a nadar.
Trece vertical: “Desviación de un barco o un avión que se apartan de su dirección por efecto de las corrientes marinas o aéreas”. Seis letras. Fácil. D-E-R-I-V-A. De un barco o un avión. Y por casa bien gracias. Así son de negadores los que hacen crucigramas, pensé. Veinte horizontal: calma profunda. Ocho letras. Ni idea.
Deriva. Una definición huera, diría Calio. Busqué el diccionario que tenía desde los ocho años. Amaba ese diccionario. “Deriva: Mar. Abatimiento o desvío de la nave de su rumbo por efecto de la marejada, la corriente o el viento”. Ah. Abatimiento. Sin embargo es una palabra tan linda. No tendría el mal gusto de llamar a Anka y preguntarle que hay en deriva, ella estaría en los brazos de Morfeo que para el caso era su jefe de edición, el hechicero cruel que nos la había tomado prestada como si fuera una peli de Jarmusch.
En el club había demasiado movimiento para esa hora. Nadé cuarenta minutos y me duché.
Fui hasta el bar. Estaba Waterboy leyendo el diario. Me vio y levantó la mano.
Me senté con él: había terminado Tokio Blues y no tenía nada para leer, no había llevado música y no quería estar sola. Aunque todo era una excusa, porque en realidad estudiar a Waterboy me daba material para una vivisección de especímenes que hacía en mi trabajo a la una menos cuarto, antes de marcar la salida. Pero además lo que tenía de huero lo tenía también de bueno, era una masa resinosa de bondad. También pensábamos que no era bueno por elección sino porque sus escasas luces no le proveían la sagacidad necesaria para el ejercicio serio de la maldad.
Pedí té negro y medialunas. Me dijo que estaba linda, lo dijo sin histeria ni dobleces. Supe que me había perdonado el episodio del puerto. Quise compensarlo y empecé a contarle cosas que le parecieran interesantes en un tono que lo incluía, como si formara parte de nosotros, los excéntricos o inexplicables. Consciente de mis aires de superioridad, le hablé de lo que podía gustarle.
Mi soberbia intelectual. Calio me había puesto Narcisa y era así. Nunca me había dolido porque los dos sabíamos que en realidad yo no me juzgaba superior a Waterboy o los baywatchs del club, sino que era cierto punzón venenoso que me daba ante los que son capaces de abordar el mundo como si no fuera un trance engorroso y desenfocado, los que son manteles a cuadros y redondos y alegres. Los que hacen deporte. Los que crían hijos sin preguntarse todo el tiempo cómo protegerlos de la gran máquina. Los que cuentan con pocos y sencillos saberes que les permiten ser felices a su modo sin que la parodia del consumo los torture, ni los obnubile que se les queme la tortilla por fuera. Los que consumen agua potable sin perjuicio aparente. Los “es así”.
Los envidiaba secretamente y mi venganza era ser Narcisa. Algo como: está bien, sufro; Pero nadie podría hacer nada por mí porque nadie puede entenderlo, se trata de algo inasequible para el registro vital medio. Existía un esclarecido, uno solo. Cómo es que yo era Narcisa y el espejo con mi imagen pero siempre lo necesitaba a él, era algo que tal vez sabría Waterboy pero yo ignoraba.
Le pregunté si salía con alguien. Me dijo que ahora no, que había terminado con la última hacía dos meses porque la había visto con el profesor.
-Con el profesor de qué? –pregunté.
-El de natación.
Se me aceleró el pulso y me temblaban las manos. El té estaba mudo como ya sabiendo algo.
-Cómo que el de natación? Manuel? Vos te referís a Manuel? – mi corazón galopaba y pedía que no que no que no fuera.
-Ahá –dijo mientras levantaba el brazo llamando al mozo – Un día vine a nadar quince minutos antes. Estaban solos en la pileta y así fue. Yo no le dije nada. Ella me vio. Nunca más hablamos, ni nos saludamos, ni nada. Es así.
-Pero Manuel sabe que...?
-Obvio que sabe. Hace como que no pasó nada. Pero estaban ahí, yo los vi. No lo inventé.
-Pero hablaban, o se tocaban, no sé... qué estaban haciendo? –pregunté esperando que Waterboy fuera un loco que sólo por verlos a los dos en la pileta se le ocurriera que estaban haciendo algo prohibido. Esperaba que Waterboy estuviera loco como si fuera lo único en el mundo.
Pero me miró y supe que no lo estaba. Que en todo caso la que no podía ver la realidad era yo. Siempre lo mismo: los demás decían “es así” y yo no podía aceptarlo.
Nos quedamos en silencio un rato. Yo pensaba en Berta y él quién sabe en qué. El té me daba una náusea que no se iba.
No podía hablar. No podía enojarme. No podía nada.
Waterboy debe haberse aburrido porque hizo algunas preguntas que contesté con monosílabos. Finalmente pagó y me dijo que no me preocupara, que es así.
Tenía razón. Indudablemente es así. Pero él ahora iba a hacer deporte. Mientras que yo tenía que hacer de mí un lugar habitable.
Volví a casa y llamé a Calio. No pude hablar de lo que me había dicho Waterboy.
-Calma profunda. Ocho letras –le dije.
-Calmazo –contestó.
-Dejalo así, gracias –dije y corté.
Fui a buscar mi diccionario amado. Después completé la veinte horizontal y empecé a pensar que tal vez lo que decía Waterboy era verdad.

lunes, 21 de enero de 2008

DERIVAS I -LAS HIJAS DE PUTA

Me levanté porque el dolor de cabeza era insoportable y tenía que ducharme y buscar unos migrales. Me hubiera quedado un año en la ducha pero tenía que ocuparme de Diamante. Después del baño me anudé la toalla en la cintura y me despeiné con cuidado. En el espejo me encontré un poco viejo, pero me seguían gustando mis cejas.
Cuando volví al dormitorio Diamante seguía dormida y ocupaba ahora toda mi cama. Pensé que era el momento de preparar el desayuno, tomarlo con ella, jugar a que. Pensé también en que siempre había sido momentáneamente incapaz de hacerlo.
La había conocido la noche anterior en Nilo. Juan y yo tomábamos un varietal de origen sospechoso pero autorizado por nuestros presupuestos. Estaba en los puffs con otras dos, fumaban de la manera en que fuman las mujeres cuando dejan adivinar un entredicho, un entreacto, algunos entres que uno aborda entusiasta esperando obtener una redención modesta.
Creo que fue porque le miraba tanto las piernas que pasó a mi lado: -Quiero ser tu diamante de mentira –dijo.
Me gustó lo que dijo. No dejaba de ser literario o al menos lo era para mí en comparación al varietal y el origami en que me tenía sumergido Juan desde hacía media hora con la excusa de que debía adoptarlo en lugar de la batalla naval. No fue difícil desdeñar el origami y optar por las piernas de Diamante.
Ahora ella dormía y yo no encontraba los migrales. Uno de los misterios no develados por la ciencia era por qué los migarles nunca estaban cerca, había que buscarlos como piedras preciosas o como preciosas pétreas mujeres, pero siempre buscarlos. Revolvía el cajón de las medias y me atravesó un espasmo de terror. No estaba seguro de mi buen desempeño con Diamante. No recordaba casi nada, excepto la exploración inicial de sus muslos y en el momento en que mis dedos los diez ansiosos pudieron arribar a la parte más alta y deliciosa justo ahí, tac: la hija de puta. Justo en el comienzo de la hija de puta se aparece en mi cabeza diciéndome no sabés, es igual a vos, es un tipo igual a vos. Recordaba sólo eso. Qué hija de puta, aparecer así para molestarme. No le bastaba llamarme llorando porque las canillas gotean, los pájaros cantan y la vieja se levanta. Rompía y rompía todas las pelotas que podía desde todos los ángulos que podía.
Ese estímulo podía haber sido benéfico o no para mi rol de maratonista sexual con mi diamante artificio. Dormía con una expresión que no denotaba atrocidad predecible. En cualquier caso, ya era irreparable.
Mis amigas eran unas hijas de puta. Narcisa invadiendo todo, hasta mi módica actividad sexual. Hijas de putas de putas y de generaciones de putas. Berta con sus manueles y sus yabastas. Anka, la más confiable de las putas, obnubilada y obliterada por un tipo. Diábola magic la peor, con su agua de lluvia. En cualquier momento hacía con mi escroto un lindo alfiletero para su escritorio. Reverenditas hijiputitas. Una vez yo había dicho pico y se reían como locas con eso de pico. Les encantó. Pico qué lindo. Acá es pija, nombre de fantasía del miembro. Hijas de puta, ni Anka se sonrojaba. Era la primera vez que estábamos los tres en el bar del puerto.
Y con el putidiamante que dormía en mi cama con putiplacidez tendría que acordar algo. Te llamo. Cenamos. Todo eso. Jugamos batalla naval. Eso. Entonces nunca más me llamaría. Así sería mejor, más putipiernas y piedras de escaparate. Joyas de catálogo accesibles a todos.
Encontré los migarles menos putos que mis amigas putas y tomé dos. Todavía el segundo no había sorteado la hostilidad de mi tráquea cuando vi un sobre debajo de la puerta.
Lo abrí. Era de la secretaría del doctorado. Que mi proyecto requería reformulaciones. Que etcétera que etcétera. Entendí que no estaba aprobado. Busqué el reglamento con más fervor que a los migarles. Lo repasé. Artículo treinta y cuatro. Sí. Bien. Todo bien. Ahora sí que la hicimos bien. Boludo, como me dice ella. Sos un boludo.
Entonces tres meses más. Podía reverlo y aprobar o todo a la mierda. Volver. Adiós tesis adiós mi vida adiós todo lo que era. A Chile me voy cruzando la cordillera. Adiós a las hijas de puta. El estómago me estrujaba a mí si era posible eso, o me parecía que me estrujaba.
Supe que estaba a la deriva. Todos lo estamos, pero era mi especialidad. Volví al espejo y trataba de enfocar. Siempre lo había estado, pero mientras estaban mis amigas yo tenía un lugar donde podía anclar y tomar unos martinis. Pico, ay, qué lindo, decían las hijas de puta y yo y mi miedo seguíamos ahí sin poder hacer nada. No quería perderlas, volver a Chile, sólo los mails y hablar por teléfono, nunca más el bar del puerto. No podía. No teníamos nada más que lo poquísimo que teníamos, pero no podía perderlas. No sabía por qué. Mi afición era. Las tres eran una, o no: eran tres pero yo era tres.
Por soberbia o por decoro traté de pensar lo contrario. Que ellas no podrían sin mí. Naufragio de Narcisa. Y ahí dominó de tres fichas, derrumbe Berta y derrumbe Anka. No sabía cómo era. Tampoco importaba. Lo único que sabía era que podía aceptarme barco y resistir la deriva, pero que no podía soportar perderla. Y la ese, qué mierda pasaba con la ese que me había comido ahí.
En el marco de la puerta apareció Diamante y le cedí el baño.
Tenía que llamarla, reorganizar el proyecto, o al revés. Calculé el tiempo en que Diamante estaría en el baño y llamé.
-Qué hacés tan temprano? –me dijo.
-Quería corroborar, si cambio la batalla naval por el origami me seguirías queriendo?-
Se rió. Por supuesto, y te ayudaría a doblar papelitos, dijo su buen humor inesperado.
Fui a preparar café. Eso solo sería mi puerto por unos días. Unos días en que me encerraría con el proyecto, a la mierda con las innovaciones, hacerlo como lo quieren y ya. Después de todo a nadie le gustan las derivas. Mucho menos a los hombres de ciencia.

martes, 15 de enero de 2008

FOTO INCONCLUSA

Llueve en la playa
tópico previsible
pero
de obstinada belleza.

Una mujer loreal 840
habla por el teléfono móvil
sesga el cielo una pregunta
Tiene ud. sus impuestos al día?
El ruido de las gotas en el poliéster bicolor de la sombrilla
señores vestidos con remeras de cuello
señoras con sombreros como caracoles
un padre y una hija en el tenis de playa
maybeline ceniza irisado y su eco de los andes
un chico se sienta a dos metros de mí
estornuda para el este
y ahora de nuevo
una delicadeza de su parte
alcanzo a ver el perfil de las pestañas
los vecinos de hotel con sus sillas de playa
y es ahí cuando advierto que dejó de llover.

Un perro mojado deja en la arena
pequeñas huellas que durarán un día.

La población de la playa se eleva a posición vertical
-Un tiburón –se escucha.
Un hombre nada ajeno al suspenso balneario
pero es otro pigmento.
Tu marido está nadando
pregunta mi vecina
mientras miro la aleta negra
que se acerca a la playa.

BOTELLAS AL MAR

Memorabilia

después de unos días
Florencia no estaba más

Y yo no encuentro diferencia entre esta y la muerte.

Ahora
en los campos molinos
como peces del cielo.




Crucigrama de playa

Si soy capaz de escribir un buen poema
No es este.




Conclusión forzosa

No hay
Un viaje de mí.




Crucigrama de playa II pero también conclusión forzosa

Lo siento.
No soy capaz.

CARTA DE MARCOS BLOOM HALLADA SOBRE EL APARADORCITO DE FORMICA AZUL QUE ESTA AL LADO DEL PARAGÜERO

Querida Amanda:
Te escribo desde tu sillón azul eléctrico mientras miro tu pez azul marino y tomo café en tu pocillo azul francia; tanto azul y tú que no estás y esa canción que puse en tu disco de Madelaine Peiroux, todos esos azules esos esos tús sin que estés me entristecen un poco.
No obstante la suerte me asiste (o tal vez presentiste que estaría aquí en tu ausencia) ya que encontré en el bargueño el scotch que te regalé la última primavera.
No quise avisarte que estaría en la ciudad porque es sólo por unos días dado que en los próximos estaré en un torneo de tab de playa en México. Pero ahora veo los renos y la nieve cayéndoles en las esferas de agua y me arrepiento de no haber estado contigo en la Navidad.
La señora Leta (ella fue quien me abrió la puerta, y para eso tuve que soportarlas a ella y su gato durante media hora en las que, con el pretexto de regar las azaleas me explicaba las bondades de la torta galesa de Venecita) me contó que estabas un poco callada pero muy vistosa con tu vestido con lunares.
Tengo mucha nostalgia de ti. Aunque no te preocupes. Creo que podré desactivarla con un buen mojito. Ahora estarás en la playa mirando el mar o no.
Espero te cuides del sol y de los vampirecos. Por si no lo sabías los vampirecos andan por las playas con hambre sexual o de cualquier otro tipo y mordisquean todo lo que encuentran.
Por último, no me culpes, no pierdas el tiempo en las kermesses, no pases tanto tiempo en el agua (la piel se arruga y cada vez cuesta más volver a tierra firme), no leas tantos libros de caballería. Sobre todo no le abras a nadie.
También aquí sigo esperando el agua. Marcos.