domingo, 4 de octubre de 2009

RECIFE

El letrero dice speedo en letras blancas pero si uno busca otra posición parecen plateadas, como los carteles de la ruta que dicen Chascomús y una flecha, o cualquier otra ciudad pero la misma flecha.
A la luz del día no será lo mismo, o sí, no tiene importancia en este lugar lejos de todo, lejos de Laura, las tazas de café y el patio de geranios. La última vez no había vuelto la espalda para saludarme, sólo iba y volvía, llenaba la regadera de plástico azul y la vaciaba sobre las especies mientras Luli, con un vestido con lunares lilas, la seguía, mirando el agua que corría sobre las hojas, preguntando cómo era que Tim se había escapado en un carrito detrás de un ficus.
La playa está sola, en la arena hay huellas que durarán unas horas, el mediodía llevará la bruma y vendrán los bañistas, los comensales del Leocadio, algunas chicas lindas que mañana no estarán.
Miro la línea fina del horizonte, camino hacia el linde variable de la arena y el agua.
Me sumerjo, estiro un brazo, el otro, el exceso de sal disipa esa cosa en el estómago.
Respiro, me agito, me canso, vuelvo a la orilla. Me tiendo en la arena tibia.
-Ud. Empieza una nueva etapa –había dicho mi psicoanalista y yo pensaba en un alfajor, etapas suena a dos tapas de bizcocho amarillas, mi nueva vida seca como un bizcocho.
Un vendedor de jugos me ofrece en el idioma de mi nueva vida de dos tapas, una de antes y otra de después y rellenas de nada, cierro los ojos y vuelvo a ver el patio, una diosa griega que no conozco y los ojos de Luli tironeando del vestido de su madre y diciendo mamá, Diego se va.