-Qué pasa? -dijo el Pipu cuando Kolonisky atendió.
-Todo bien, se quedan un rato más? Tengo que convencer a Emilia porque me olvidé que nos juntábamos hoy y le dije que la iba a llevar al cine.
-Eh, viejo, a vos siempre te terminan manejando la vida las minas, se fue la bruja y ahora no podés con tu hija? Dale, dejate de joder y vení que ya pedimos las pizzas. Decile que está Malena y que tiene las zapatillas con rueditas.
-A vos te parece fácil, pero cuando uno le dice algo que contenga la palabra "shopping" o "cine" o "macdonalds" lo graba en el bronce, es terrible. Bueno, aguantenme que en media hora estoy allá. La saco de la ducha y salgo. No empiencen sin mí, eh?
Kolonisky tocó el timbre de la casa de Fernando. Había alquilado una casa en la calle Pueyrredón, con Silvia, su nueva pareja, en la que vivían con los dos hijos del primer matrimonio de ella y, algunos días, cuando su ex no estaba en sus crisis habituales de soledad o tenía un curso o que ir al cine, con los dos suyos, Teo y Malena.
-Tienen un perrito? -preguntó Emilia.
-Creo que no -dijo Kolonisky rozando por un segundo la pequeña mano enguantada de su hija.
Kolonisky sentía culpa. Culpa de todo. Desde que había separado sentía más culpa. Su psicoanalista (ya había decidido que este año iba a dejar, ya hacía cinco que iba en esta segunda etapa, con lo que llevaba gastado ya podía haberse comprado el gomón) le había dicho que era frecuente, que era una etapa, pero a él la culpa le crecía más y más, veía a su ex para dejarle a Emilia, con el bolso con ropa y era como la luna para la marea de su culpa que subía y subía hasta ahogarlo, se tenía que ir. Ella le ofrecía unos mates que él aceptaba, escuchando las cosas de casi siempre, que todavía no les habían puesto el cable, que depositara antes del cinco porque el cinco vencía el alquiler, que no dejara que Emilia anduviera descalza, que hacía mucho frío y esa congestión no le paraba nunca.
-Eeey! adelante! -dijo Fernando mientras le despeinaba el pelo mojado a Emilia.
-Saludá, Emi, no seas así.
-Dejala, estoy acostumbrado, debe ser la barba.
Emilia miró a Fernando como si lo exiliara definitivamente del elenco de esa noche. Al final del pasillo se vio la cara de Malena asomarse y volver a ocultarse.
-Pasá, Emi, los chicos están en la habitación mirando los dibu. A vos te gusta el Cartoon?
Emilia no contestó, se quitó el abrigo y se fue a la habitación de Malena.
En el comedor estaban el Pipu, el Pela, Fernando y el Mono. El Pipu no tenía novia ni se había casado nunca y se parecía cada vez a una mamushka. El Pela había llevado a Juani y a Lucía, que estaba enorme y lindísima. Se había separado hacía dos años y ahora estaba de novio con una médica pediatra que tenía hijos grandes. El Mono era el único que seguía casado, tenía tres chicos de cinco, siete y nueve y el hastío les brotaba de todos los poros y en todas las frases a él y a Laura, su mujer desde el colegio secundario; no se separaría nunca, no sería capaz. Tal vez hace bien, pensaba Kolonsky a veces, cuando veía una peli de Wes Anderson solo, cuando Emilia se dormía y sólo era asistido por el home theater que ella no se había llevado porque con su teoría anti consumo, por despecho, por purismo o porque se quería ir a la mierda de una vez por todas, no se había llevado casi nada. El le había dicho que se llevara lo que quisiera, entonces ella no se había llevado nada, apenas los discos, los libros. Si le hubiera dicho hija de puta, no te llevás nada, seguro ella hubiera querido el lavavajillas, el DVD, todo. Así era, así se había enamorado hacía quince años, de sus excesos y su aspecto desenfocado, así se había hartado de ella, de esas mismas desmesuras. No sabía si la extrañaba, no sabía si quería verla. Lo único que sabía era que esa casa era demasiado grande y había olor a humedad. Tenés que ventilar todos los días, le había dicho ella con el desapego de una inspectora departamental, de un notificador de multas.
Fernando trajo las pizzas que se habían enfriado. Las cortó sin sacarlas de la caja. El Pipu llamó a los chicos. Comían con las manos, sin que nadie les hubiera dicho que se las lavaran. Primera delicia masculina. Frodo entró ladrando y Emilia le tiró un pedazo de pizza al piso, que el perro devoró en tres segundos.
-No le des, Emi, él ya comió -dijo Fernando, cada vez menos simpático para Emilia.
-Este hijo de puta se tiene que retirar -dijo el Pipu refiriéndose al DT que aparecía en la pantalla de la tele diciendo las mismas cosas que decía desde hacía diez años.
-Y que querés, a quién le van a dar ese fierro caliente?- dijo el Mono mientras le pasaba el rolisec al de cinco.
-Yo agarraría si me pagan eso -dijo Fernando.
-Me parece que ahora van a dar los goles, tenés que ver, unos pelotudos, por qué no se van y dejan a los pendejos que tienen más ganas y no están tan intoxicados de guita.
-La verdad.
El de siete del Mono tiró la coca al piso y Fernando dijo no pasó nada, limpialo con el roli.
-No les da, viejo, no les da -dijo el Pipu- Ché, terminenla con la coca, y metanle que ahora empieza Pucca.
-No seas guacho, tené un poco de paciencia, ya te va a tocar -dijo el Mono mientras limpiaba el piso.
Los chicos y Frodo se fueron a la habitación. Fernando se llevó los restos de pizza y los guardó en la heladera. A Kolonsky le dio otra vez esa cosa en el estómago. Debía ser que la cerveza estaba demasiado fría.
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2 comentarios:
linda y amable velada, celebro que busque la cotidianeidad y el detalle con la misma fruición que el agua y los desaforados.
Armando.
Ey Armando, gracias! está muy mal escrito, es verdad, pero es mi pequeño homenaje para los tipos separados, que hacen lo que pueden y siguen creyendo y volviendo a empezar, aunque la cerveza esté demasiado fría
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