Querida Amanda:
Te escribo desde tu sillón azul eléctrico mientras miro tu pez azul marino y tomo café en tu pocillo azul francia; tanto azul y tú que no estás y esa canción que puse en tu disco de Madelaine Peiroux, todos esos azules esos esos tús sin que estés me entristecen un poco.
No obstante la suerte me asiste (o tal vez presentiste que estaría aquí en tu ausencia) ya que encontré en el bargueño el scotch que te regalé la última primavera.
No quise avisarte que estaría en la ciudad porque es sólo por unos días dado que en los próximos estaré en un torneo de tab de playa en México. Pero ahora veo los renos y la nieve cayéndoles en las esferas de agua y me arrepiento de no haber estado contigo en la Navidad.
La señora Leta (ella fue quien me abrió la puerta, y para eso tuve que soportarlas a ella y su gato durante media hora en las que, con el pretexto de regar las azaleas me explicaba las bondades de la torta galesa de Venecita) me contó que estabas un poco callada pero muy vistosa con tu vestido con lunares.
Tengo mucha nostalgia de ti. Aunque no te preocupes. Creo que podré desactivarla con un buen mojito. Ahora estarás en la playa mirando el mar o no.
Espero te cuides del sol y de los vampirecos. Por si no lo sabías los vampirecos andan por las playas con hambre sexual o de cualquier otro tipo y mordisquean todo lo que encuentran.
Por último, no me culpes, no pierdas el tiempo en las kermesses, no pases tanto tiempo en el agua (la piel se arruga y cada vez cuesta más volver a tierra firme), no leas tantos libros de caballería. Sobre todo no le abras a nadie.
También aquí sigo esperando el agua. Marcos.
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