lunes, 5 de diciembre de 2011

Perro de aire, mujer de agua


 

Este perro vive del aire, no come nada

digo a mi hija el domingo a la noche

ya en los preparativos de la semana

milanesas de soja y el uniforme

y que no se olvide el libro de lengua.


 

Soy capaz de quejarme del desastre que hizo Félix

de papeles tirados en el piso

eso me alivia considerablemente

vuelvo a mi vida civil

a ser madre una responsable

mirando un noticiero en el que un tipo

dice que la derecha sigue siendo la misma derecha.


 

Las milanesas de soja son un bloque congelado

las pongo así en la olla

esperando que el calor las separe

y pienso

en si estamos separados o no

ahora que he vuelto a ser una sola persona

después de estos días de mis vidas dispares.


 

Era de noche.

El casino es igual que si fuera de día

no hay diferencia allí.

En el patio de los fumadores

la luz ondulaba en el agua

pensé en el momento perfecto del regreso

lo vi

en la ventanilla

con los hilos de agua y uno que iba en bici

y era tedioso esperar que Marcelo

terminara con las maquinitas.


 

Por suerte encuentro

el final de una peli

que me trae de vuelta de este lado

mi hija me cuenta su novela

y digo es tarde

hay que bañarse y preparar la mochi

y avisar a Estela que estamos en Moreno.


 

domingo, 22 de mayo de 2011

Día de elecciones

En la mesa 3617

los cubos de cartón

y las boletas

y la urna de colores.

Todo se comparte.

No es como antes.

son como antes

las autoridades

que toman mate

y gaseosa de naranja

y la barba del tipo

que fiscaliza y dirige

la fila de dos en la que estoy

detrás de mí

una mujer y dos nenas

cívicas las tres y moño rosa

la madre pañuelo e impermeable

todo rosa

y el ceño

de dónde te conozco, dice

de la facultad, digo.

Hablamos.

Un señor que se queja

de que esto es un quilombo.

En la pared

con letra infantil

deje aquí sus rebistas.

Dos chicos demasiado jóvenes

en la esquina

me dicen un piropo

y les contesto

Chicos, no están bien,

tengo más de cuarenta.

Compro

pastelitos de dulce

pan y una pre pizza.

De una casa enrejada

sale

olor a salsa

de esas

que se cuecen bien temprano

y se dejan.

Pasa un hombre

con una caja de pasta fresca.

Algo en el aire

de celebración

todavía persiste

eso del voto

o será que la gente

está aliviada

del poné a barlé toda la tarde.

Un container naranja

admite

botellas de plástico

para reciclar.

Mi DNI ya no tiene

espacio

para otras votaciones.

Me pregunto

si debo por esto hacer algún balance

y sin embargo

es un día precioso

esta vereda

húmeda y bordeada de lazos de amor

esas señoras

que salen del super

detrás de los lentes

la lágrima de pintura negra

que cruza la cara de mónica fein

es todo tan claro y tan presente

que tal vez no vote la próxima

y no importe.

domingo, 15 de mayo de 2011

LOS VIAJES DEL AGUA

A propósito de Buceo, de Edgardo Zotto, Mansalva, 2010.

http://www.nuestrotaller.com.ar/wp-content/uploads/2011/05/Buceo.jpg

Bucear en los poemas de EZ y volver al mundo exterior, a la atmósfera seca, nos deja esa suave tristeza del final de los viajes, porque hay algo allí que se escurre todo el tiempo. Escurrir en su acepción de deslizar, escabullirse.

En algunos parajes no hay semántica posible. Como Abstracto/Concreto. No se trata de lo que nombra, porque es más lo que calla que lo nombrado.

Se dice que escribir es un intento de cercar. Los poemas serían, entonces, un cerco de palabras. Pero cuando Zotto cerca, se a-cerca, y cuando parece que algo ha quedado cercado, allí es donde se va, se pierde. Un viaje del agua. Todo está fluyendo y corriendo y perdiéndose en los cauces que dispone.

Pierde la luz de lo soñado en la oscuridad de la vigilia.

Todo se pierde en los pliegues del lenguaje como en Bien pudo ser Islandia: Nada que decir y dice, callando, todo.

La memoria es también un intento de cercar eso que corre. Es piadoso: nos da una clave en el epígrafe, nos avisa: no hay manera posible, sólo es bucear, todo es maleable materia del olvido. Nos deja a salvo de su otra obsesión: que algo se fije en la memoria, nos exonera (quiere hacerlo) de su dolor. Sin embargo, todavía duele en estos poemas el olvido porque todo lo quisiera en la memoria: Creo que estuve ahí /pero no estoy seguro.

En esta sumersión uno va completo, porque hay un océano en lo que calla.

Calla, es decoroso. Y sin embargo, Zotto no decora. Su poesía no es vistosa, no se viste de nada. Nada. Con nosotros nada, despoja. No talla, no estalla, persiste hasta encontrar el jugo de la piedra.

El autor no está, se desdibuja para dejar lugar al espesor de la imagen. Puede adivinarse en la nostalgia de Tiempos, un poema atemporal, otra vez ese leve sarcasmo, decir pero no decir, tiempo pero atemporal

Cuando el autor está, lo vemos situado en un lugar que, como dice Fernando Cabrera, está después: estrellas/ de roja levedad/ de lisísima trama. Su poesía es sin edad, es también una predicción estética.

Está también su vitalidad, como cuando busca un signo de lo vivo en el grillo insomne.

Y lo vemos invisible en la despedida, Buceo, un raro palíndromo, nos deja ir con la estela de lo nuevo.

Buceo es un viaje a las profundidades a las que uno siempre querrá volver.

sábado, 9 de abril de 2011

El porvenir de las vacas


Las mesas son de pino

y el piso pinotea

de dos clases.

Las copas

brillan

a contraluz.

En la ventana

un hilo de agua.

Tres vacas

desde un cuadro

me miran pinchar un bocado que sangra

preguntan

si acaso

se pusiera de moda

un tirando a jugoso

de triguito burgol.

miércoles, 23 de marzo de 2011

periferia

en el sur
no hay tsunamis

hay
tormentas
tornados
precipitaciones aisladas
catástrofes
alertas

y esta
primera lluvia
sin su voz

domingo, 20 de marzo de 2011

EL RINCON VIP: Por fin, inauguró La Despensa


En directo para la NNC, en la inauguración de La Despensa García Martínez, los accionistas mayoritarios Rama y Poliester. La locución fue cubierta por el mismo Rama, por razones presupuestarias.

En rueda de prensa se les preguntó si la obra estaba lista para ser publicada. Poliester respondió "Qué obra?". Rama salió al cruce diciendo que le falta un toque de cocción.

Mastrizzo fue al fin dilucidada en la red social y aportará platos principales. Praderas en viaje de negocios con Marcos Bloom, animado por la ola negra. Laburáin prepara su vestido negro más intenso para ser la primera habitué. Boasso se encargaría del pasaplatos.

el arca de los torsegno

llueve
desde mi portalámparas

la mesa
isla de roca
sobre el territorio
del parquet inundado

si enciendo la luz,
¿haré relámpagos?

plaza jewell

Una hilera de árboles
y nuevos edificios
al final
como en un cuento
la paz de la muralla
y el brillo del riego.

Estas cosas
y el tapizado
distracciones del día.

lunes, 24 de enero de 2011

capítulos de patas, olvidados u omitidos, ya no sé

y sin correcciones

MI AMIGA BARTLEBY

Lo peor no era revisar el proyecto sino tener que ponerme en contacto con mi director de tesis y comunicarle que no había aprobado. Decirle que iba a tener que trabajar más por culpa de mi obstinación en un enfoque que él me había desaconsejado.

Acordamos un encuentro en el bar de la facultad. No le adelanté nada y él, sabiendo que yo tenía el resultado, no me lo preguntó.

Por primera vez llegué antes. Pedí café.

La población estudiantil del bar consistía en tres chicas, una de ellas con minifalda, que tomaban café con edulcorante; una mesa con dos chicos pálidos concentrados en sus apuntes, uno tomaba agua tónica y el otro mineral sin gas. En ese momento advertí que había sido impiadoso citar a mi director a las cinco de la tarde cuando el termómetro no bajaba de los treinta y ocho grados.

-No hay acondicionador de aire? –pregunté al Yeti cuando me trajo el café.

-Esto es Argentina –me contestó. Después me miró tres segundos. –Bueno, vos sos chileno, ya sabés cómo es esto.

Las chicas de la mesa hablaban en voz baja y sonreían. Una de ellas me miraba pero no era la de la minifalda. Eran las cinco y veinte. Como no estaba bien mirar las piernas de una alumna de la facultad, saqué de mi bolso un libro de Melville que había prestado Juan.

Narcisa me había hablado de un cuento de Melville sobre un oficinista. Lo busqué. Bartleby el escribiente.

La había llamado tres veces en la última semana y no había podido encontrarme con ella. Como Bartleby, Narcisa me era inasequible. Preferiría no hacerlo, decía sin decirlo.

Llegó el director. Pude ver que tenía el mismo pantalón que en el invierno. Pedí café para él.

-No me lo aprobaron –le dije enseguida.

-Ya lo sé- contestó mientras miraba de reojo a Minifaldas estéticas.

Esperé el aluvión admonitorio, o como mínimo un te lo dije. Pero en cambio:

-No me extraña. Son unos burócratas de mierda –dijo dedicándose al café y olvidando la minifalda.

Quedé pasmado. Era la primera vez que lo escuchaba hablar así. Siempre había sido fijate, cuidado, mirá que no es conveniente, por qué mejor no considerar. Y ahora que

debería sancionar mi exceso de confianza -me lo había firmado sin leer la versión final y yo le había dicho sin darle importancia, después de que firmó, que tal vez haría algunas modificaciones, y él había dicho sí con la cabeza- no lo hacía. A mi favor podía pensarse que no fue exactamente una traición sino más exactamente un vuelco involuntario. Una cosa que me apareció en el estómago cuando tuve la nota firmada. Cambiar lo que quería costaba sólo alterar dos páginas y la foliatura. No pude no hacerlo. Algunos cambios, le había dicho y no dejaba de ser eso. Sólo que no le había dicho qué había cambiado y que ese viraje inesperado implicaba un desplazamiento de algunos puntos fundamentales del proyecto.

Ahora él leía y yo esperaba el veredicto que no apelaría, cumpliría mi condena, vender las cosas o dárselas a Anka, despedirme. Despedirme.

-Muy bien, me lo llevo y en dos días te paso un cronograma. Cuántos días tenés? –dijo.

-Quince.

-En diez lo tenemos, no te preocupes.

-Pero hay que revisar el marco teórico también. Es imposible.

-Ni se te ocurra. Va a ir así.- dijo mientras se levantaba y se iba con mi proyecto fallido.

Estaba desconcertado. Me culpé por mi irreductibilidad, por mi estúpida actitud de apartarme de lo que me demarcaban como la vía utilitaria. La sensatez me aburría, me sabía a renuncia a mis principios, entonces tenía la regla de no ser sensato; tampoco lo contrario, porque era lo mismo pero del otro lado. Casi siempre me iba mal. Y ahora había hecho lo mismo con mi tesis y lo pagaría. No sabía si mi director era consciente de lo que significaba la beca para mí: no era sólo mi sostén económico, era la posibilidad de seguir con una vida que era la mía, en un país que no era el mío y que amaba, con personas que no quería dejar por el camino, con mi pasado por primera vez archivado en un lugar en el que no molestaba.

Al día siguiente recibí el correo electrónico en el que me daba las directivas para la revisión. Era la idea original, no la de las correcciones. “Estos hijos de puta quieren que todos seamos empleados de las multinacionales” decía en el mail.

Tuve una felicidad que era como un chicle de la infancia. Empecé a trabajar febrilmente, escribía todo el día y parte de la noche.

Cuando descansaba unos minutos para tomar un café la llamaba a Narcisa. Nunca estaba.

Volví a Bartleby. Yo era el escribiente pero Bartleby era ella: “parecía acechar en ella cierto desdén tranquilo”, decía Melville. Cuando la encontré le conté que estaba enfrascado en la tesis y que quería despejarme, almorzar con ella en el bar del puerto; me dijo que estaba terminando un trabajo y que salía muy tarde. Prefiero no cenar hoy”, decía el oficinista de Melville.

Seguía escribiendo, pensando en que en algún momento iba a contarme qué era lo que estaba pasando. Llamé a Berta, a Anka. Todo normal. Pero no, yo sabía que no.

El final de Bartleby era demoledor. Preferiría no pensar en eso.

Mis días se agotaban en ese plexo: el proyecto, el café, la distancia de ella. Mi casa estaba inhabitable, había servilletas de papel por todas partes, mayonesas y ketchups estrangulados y fuera de la heladera, botellas vacías.

El café se había quemado. Acaricié la tapa del libro, lo olí. Busqué las páginas finales del cuento. Una oficina de cartas muertas. Yo era una oficina de cartas muertas.