martes, 25 de diciembre de 2007

PEZ

Florencia es un pez que llegó a mi casa unos días antes de navidad. Mi hermana y mi hija la trajeron porque no tenemos mascota y entonces con el dinero que dejó el ratón Pérez compraron a Florencia.
Los primeros días mi hija se ocupó de alimentarla. Después se olvidó de ella y me hice cargo. Explicarle a mi hija que el concepto de mascota es acuñado por la sociedad de consumo porque etc etc ya me aburre y supongo que a ella más, así que mejor me ocupo de Florencia.
Florencia y yo ya tenemos un vínculo. Ella es silenciosa y educada. Puse al lado de la pecera un pequeño muñeco fucsia con pelos sintéticos para que se sienta acompañada. Le hablo. Hola Flor todo bien?
Los días pasados fueron fértiles y de fidelidad. Con lo cual efes. Alianzas. Tés de dos. Compañeros de trabajo. El río de noche. No entiendo todavía de qué se trata todo. Darle de comer una vez por día. No más que eso, si come demasiado se muere, dice mi hija que dijo la vendedora.
Le doy la ración del domingo a la mañana mientras pienso en miles de peces apiñados en los centros comerciales comprando regalos navideños. Transpirados, de mal humor, agobiados, con paquetes llenos de objetos de poliester que serán olvidados en unos días.
No hay lugar para estacionar. No hay lugar.
Si come demasiado se muere Florencia. Una opresión en la garganta y caput.
Como ayer entre paquetes y agendas de festejos.
Cae una nieve de plancton disecado y me concedo es mejor no entender.
Florencia nada y es su vida y no sabe. Consistiría en eso supongo y acomodo el muñeco de los pelos mientras pienso que todavía no tiene ningún nombre.

viernes, 16 de noviembre de 2007

LA LIBERTAD (RECUENTO III)

Bibliorato de fianzas, embargos y copias de poderes. Protocolos de audiencias de vista de causa. Las pestañas. El viento de ese día. El posible silencio. Las velas. El anclaje de sí en las tormentas de nieve.
Había perdido la ternura, la amable cortesía de las criaturas de la casa del espejo.
Los hombres no lloran pero sí las mujeres. Es decir que tenía su charco de lágrimas.
Pero en la primera luz de su día oficina vio a través del parabrisas sucio una nube, una sola nube recortada. Vio nítidamente su extraña felicidad, su itinerario seguro.
Supo así que era libre. Nadó dichosa en esa certeza.
La soledad tuvo al fin su mínima kermesse y la invitaba a una danza leve.
Estacionó lo mejor que pudo. Tenía que pasar por el cajero sin falta.

sábado, 3 de noviembre de 2007

LOS INTOXICADOS

LOS INTOXICADOS PARTE I

Nada sabe de amor quien no ha perdido por amor una casa.
Luis García Montero.

Un pulso hipnótico
la voz que insiste
Despertar respirar el humo yerto de la mañana como encerrada en un rubí
hemos perdido cosas
dice ella.
El no dice nada.
Son gentiles.
Hacen lo que pueden.

Sé que la gente duerme separada para preservar la pareja
dice ella.

Así se dice y
no se dice estamos intoxicados.

No se habla de agua.
No de puente
en el que no hay quien del otro lado.

Perder una casa por amor
dijo el poeta
como mensurando lo máximo que pudiera perderse.
Hizo bien en decirlo así
después de todo un bien registrable tiene avalúo fiscal
y el agua es sólo eso: agua.

Así las cosas deben ser dice él
cual monster inc corrugado.

La madurez de vivir intoxicado
hablándonos en medio de mensajes de texto

no nos miramos
no nos miramos

(cuándo fue la última vez que nos miramos
como si fuera la última vez que íbamos a hacerlo)

Ella ahora no duerme
la atraviesa el espanto
a él le asusta la idea del acostumbramiento
a la sensatez que le imponen como una silla vacía
de la que no podrá nunca más levantarse.

Piensa ella cómo estar ahí sabiendo
que tal vez hay los que pierden una casa.

Y eso sería en occidente, calculo.



LOS INTOXICADOS CON LUCA (SIN ESE)

Hemos perdido cosas.

El no dice.

Sé que la gente duerme separada.

(Luca sin ese anota en su libreta
de los power:

“No se habla de agua.
No de puente
en el que no hay quien del otro lado”)

Un bien registrable tiene avalúo fiscal
y el agua es sólo eso.

Así las cosas deben ser.

La madurez de vivir intoxicados.

Cómo estar ahí
sabiendo.



LOS INTOXICADOS FINAL


Un bien registrable tiene avalúo fiscal

Así las cosas deben ser.

domingo, 28 de octubre de 2007

CARTA DE MARCOS BLOOM DESDE UN LUGAR IGNOTO

(o reversión de La angustia del arquero ante el tiro penal)

Amanda:

Hace tres días que he dejado la playa para tomar una habitación de hotel. Hay un restaurante con un piano y alguien toca todas las noches. Pero no estuve ahí nunca, aunque no lo creas.
Hace tres días exactos desde que vino Jehtro con noticias del continente.
Los dos primeros estuve encerrado en la oscuridad y sin poder dormir, leyendo Moby Dick por enésima vez. Es que me dicen de tus tertulias con Mr. Pepper, un caballero al que Jehtro describe con superlativos cuya transcripción me ahorro por mi salud.
Puedo entender que mis prolongadas travesías te dejen un poco sola; pero no es excusa para que te la pases en las kermesses con un señor desconocido que (no lo niegues) te ha regalado un disco de Nicola Di Bari. Conjeturo que el ilustre acompañante debe irrogarse ser el último romántico.
Puedo aceptar que tengas un amigo; lo que no digiero es otra cosa. Y para que no me acuses de solipsista (ya consulté en la Encarta sobre el punto) enumero lo que no autorizaré, desde mi viaje del que –lo dije reiteradamente- volveré pronto.
-No le hables a él de Lewis Carroll.
-Si toman helados, que no deje que pidas primero tu ticket.
-No admito entre ustedes gardenias ni ninguna otra flor.
-No tomen daiquiris ni ninguna otra bebida espirituosa.
Por último, te recomiendo que no uses para las tertulias la falda color obispo que me hace pensar en cosas lejanas a la curia –o al menos a su discurso oficial-.
Por lo demás, ningún obstáculo opondría a que se manden mensajes de texto, faxes, se hablen por teléfono, fijo, inalámbrico, móvil, con o sin bluetooth. Con nada de eso tengo problemas.
Ahora que pude decirte esto me siento aliviado y me vienen ganas de un buen scotch en la terraza del hotel, porque ya empieza a escucharse el piano.
Yo confío en ti, lo sabes. Es sólo que llevo mucho tiempo de viaje.
Adiós. Vuelvo pronto. Marcos.
P.D: Olvidé un punto: que tampoco te enseñe a tirarle a los patos de hule de la kermesse. Conozco esos métodos.

EL PARLOTEO PANOPTICO (BIG BROTHER III)

A la madrugada empezó a llover. Trato de recordar los sueños que tuve pero están borroneados. Hay un par de imágenes en las que no estás. Ahora hay pájaros. Todavía no desperté del todo y ya alguien habla por teléfono, a una hora en la que no puedo dar conmigo. Quiero poner un aviso: AAA Compro breve espacio de agua. Cash.
Nunca entendí cómo soportan redondos y alegres el peso de ser todo el tiempo pura exterioridad. Hablan todo el tiempo. Hablan del tiempo. Describen sus acciones irrisorias. Llenan el tiempo de moscas sucias.
Tomo el café sin poder hablar todavía. Sigue lloviendo. A unos metros una mujer con una bandeja va a cruzar hasta el restaurante y un hombre la refugia bajo un paraguas. Esa sola imagen es la mañana.
Las voces van aumentando y ya es insoportable.En mi segundo día de vida panóptica empezaré un libro de Clarice Lispector que dejaré al cabo de unos capítulos.

miércoles, 17 de octubre de 2007

LA CONTIENDA II (División de bienes y punto final sobre Chopin)

Chopin no son copas de cristal, baby
lo sabes de antemano por los libros.
Recuento tus vaivenes y tus may bes
y en tus huecos de nada me equilibro.

Y para estar en esas espirales
negras que remember me tu ausencia
reconozco son puros los cristales
pero a mí me resulta adolescencia

la que me asiste en La polonesa.
Está bien. Aceptemos que tú partas
(de nube) en la noche vaporesa.

Lo intolerable es que seas Encarta,
académica, terca, patitiesa.
¡Y llévate esa mierda de Siddharta!

jueves, 11 de octubre de 2007

EFEMERIDES

Hoy es Santa Soledad
dicen los calendarios.
Una fila de pasos
marchando a su trabajo.
Mientras tanto
escribo.

miércoles, 10 de octubre de 2007

LA VISITANTE

Vuelvo
sólo por cinco minutos
dejo unas flores
para que estén ahí
cuando despiertes
de la luna transpirada.

martes, 25 de septiembre de 2007

LOS QUE NO DUERMEN

No duermen.
Duenden
con pasos pequeños por el revés de las cosas.

En los bares se dejan
fuman en silencio
mientras delante una vampira en desuso
los execra de antemano.

Los que no duermen tiran de la cuerda
y es el insomnio su única luna
la franela gris traje del día
amenaza neblina esta semana.

Los que no duermen
preparan posavasos para la visita
vasos invisibles
y la sola noche viene
no ánima no father no mother no whisky soda
siquiera un peter pan desorientado.

Los que no duermen
están oblicuos de sí
y eso es lo imperdonable.

viernes, 21 de septiembre de 2007

LOS QUE DUERMEN

Los que duermen han puesto un cartel:
“Admítense los troncos los proemios
Toda palabra abstrusa en esta casa
No media no cubeta no somero”.

(Los que duermen cuidan que se digne la especie
En sólo nominar a su manera)

Los que duermen
tienen las cosas en anaqueles
cada cosa en su lugar semántico
como un peine oportuno

Mientras yo perro mojado pero hembra
soy mi propio temblor
y los que duermen duermen
y nadie sonsaca nunca esa parte
que espera espera bajo las medusas

Pulpas panes apetitos cuartos
todo es masticado en los espasmos
módicos de los que duermen.

Tengo afasia anorexia si fuera posible
todo junto eso calambre clamores
si partieren clamores
flagrancia
la pena
dije que no duermo y los que duermen
como si nada
nadan
sin océano ni falta
que hace y hasta mejor
es no mojarse para los que duermen.

Duermen
Los que duermen sólo duermen.

domingo, 16 de septiembre de 2007

CARTA DE MARCOS BLOOM DESDE IBIZA

Amanda mía:
Por favor deja ya de herirme: no me digas más que estoy haciendo el curso de Nightology; ya sabes que mis sentimientos son sinceros y cristalinos como un simple vaso de agua. El scotch es sólo para pasar el tiempo en que no estás.
Además estoy estudiando siete formas para prever la meseta de los cumulonimbos, tesina que terminaré en un par de días, aunque no quedará escrita porque tengo todo en mi mente y ya sabes que en eso no nos parecemos.
Pero en un singular esfuerzo de producción y, aunque, como también sabes, no soy el poeta que tal vez merecieras sino un simple viajero, previa ingesta de un mojito con mi ayudante Jehtro, quise escribirte; pero las musas no me asisten, y debí tomar con el segundo mojito un capítulo de esa novela que me regalaste para el bautismo de mi sobrino nieto (cabría y si no resultara impropio, mi bien, ahora preguntarte por qué para ese acontecimiento me regalaste a mí Rayuela, en lugar del adecuado presente para el párvulo); tomé el capítulo siete, ese que tanto te gusta repetirle a la tía Beba mientras ella cree que es de Migré.
Como pude armé para ti, mi perla amada, estos versos que te envío en botella sellada y sólo tú abrirás cuando las olas los lleven hasta ti:
Un perfume viejo y un silencio
La boca que deseo, la boca
si por primera vez tu boca se entreabriera
soberana
tu boca por debajo
mi mano te dibuja
las bocas se encuentran y luchan tibiamente
la boca llena de flores
o de peces,
de movimientos vivos,
de fragancia oscura
fruta madura
te siento temblar contra mí
y entonces
hago nacer cada vez la boca que deseo


Eso fue todo y me despido, porque Jehtro está poniéndose zapatos con tacos aguja, tan mal ha interpretado mi teoría de que hay que feminizar la nave exploradora. No abras a nadie, vuelvo pronto y sigo esperando el agua. Marcos.

domingo, 2 de septiembre de 2007

LAS NUBES (O HIPOTESIS SUSTITUTIVA DEL FRACASO)

Recortada en el río hay una mesa sola con dos sillas y una taza de café. Hubo dos que no están. Dónde fueron es algo que nadie sabe.
Una nube es un lugar posible. Son sólo partículas de agua difusas y pequeñas.
En la playa de barro hay un pájaro de cabeza roja. Y recuerdo: soñé ayer y en el sueño había tres pájaros en una jaula, dos grises y uno de cabeza roja, semienvuelto en una tela gris, que huía de la jaula y en el escape perdía una pata. La sangre me manchaba y yo veía la pata en el piso y te llamaba a gritos. La casa era oscura; era, creo, mi casa paterna y estaban, con esa presencia invisible de los sueños, mi madre y mi tía.
Ahora mi hija me saluda desde el bar y sé que vivo en un relato, una ficción que otro está escribiendo de la que no podré salir. Mi personaje es una mujer oscura. Un artificio. Un médano descendente sin final. No puedo huir porque si lo hago perderé una pata y habrá tanta sangre que deberé nadar horas, sin orilla, sin pausa.
En unos días dejaré de hablar porque mi voz me es desconocida. Es de otra o soy otra que no es la de mi voz.
Lo mejor es que soy un barco y lo peor es que soy también la vela, entonces no descanso, no se duerme aquí en esta intemperie.
A la noche empezaré a pensar que he fracasado. Pero entonces quedará sólo huesos.
O mejor: esperaré sentada en mi propia cubierta la hora en que el débil celofán de estrellas se deslice hasta el cielo de lugares de noche y sea ahí la noche y sobre mí el día, la luz ignita en que izaré la vela y el viento me dará en la cara trayéndome las palabras que habías dicho cuando estábamos en esa mesa y tomabas café y yo nada para que nada me distrajera de tus palabras, anticipando tu actual estadía en la nube vedada.

sábado, 25 de agosto de 2007

POSTULACION EXTEMPORANEA

Estimada curial de la contraria:
Respetuosamente
digo
que amo el distrito venoso de su cuerpo.
Es posible que haya precluído
la instancia respectiva.
Pero dejo constancia
por las dudas.
Insértese. Hágase saber.

CONTIENDA

Le dijo gorda puta y le encantó.
Le contestó prosaico. Ofendido se retiró de la sala.

DIETA REVOLUCIONARIA

"En este país lo que queda de revolucionario son las dietas". Amanda.

Leo en la cosmo esta semana
Sé que empiezo esa dieta esta semana
cinco quilos menos en diez días
Sé que puedo seguirla a rajatabla.
Con mi lanza espinaca
Y la trinchera de apio y sopa hipocalórica
Subo al podio de la figura que cabe en el talle único
Voy con ventaja tengo
Un tanque espárrago
(sin crema)
y sigue prisionero
mi chocolate milka
que he suplido
hasta algún armisticio
por barras de cereal
sin coco por supuesto.

CITA CON MUJER ANARANJADA

Abre el verano vaporosa
Me dice cosas sin importancia
Cada tanto el mozo viene
Con su estopa limpia la mesa y lleva
Algunas palabras que ella deja allí
Yo lo veo hacer
No digo nada
Rescataré lo que pueda del tacho de basura
Imposto mi hombría detrás del daiquiri
Ella ríe
Y eso hace que no cuente
El riesgo de que un municipal se las lleve
Y las compacten con tarros y teléfonos viejos.
Ahora estoy ahí y ella tal vez
Ve un bogart en lugar del letrado gabardino
Sólo porque puedo mantenerme en silencio.
Pero los espectros no tienen
espalda.
Entonces en mi último
sorbo
de lejos
su citrus.

lunes, 13 de agosto de 2007

UNA PESTAÑA ROJA

Hubo una vez un predio donde viven
las canciones de cuna.

El rasgo múltiple
la herida
el portazo
nuestros zapatos duermen
uno junto al otro.

Hubo una vez uvas tintas
y un reloj de avenida.

Amor
no pido mucho
(y de esto tal vez pensarás lo contrario)
¿podrías darme una pestaña roja
que encontraras
por ahí
en tu cenicero?

jueves, 9 de agosto de 2007

EL OFICIO

Tenue rimaba
uno a uno
los hilos de ella.

domingo, 5 de agosto de 2007

EL CAZADOR

Narcisa estaba de viaje. Se había ido sin despedirse, no me había llamado. Supe que no estaba porque me lo había dicho Berta.
Como un río invernal había dejado un cauce ancho con un hilo mínimo de agua. Volvería, como el río, con la primavera.
Hacía mucho frío y no tenía más cigarrillos. Salí a comprar, indignado por no poder cambiar de marca. Menos todavía podía dejar de fumar.
Mi malhumor aumentaba, las caminatas eran totalmente previsibles, algunos caminantes ya me saludaban porque los veía todos los días. Seguía resistiéndome a las clases de tenis, iba algunas veces a la cancha, pero miraba un partido diez minutos y me aburría mortalmente.
Iba con más frecuencia a lo de Anka: era reconfortante estar ahí el oasis de las películas. Después otra vez el desierto que yo era últimamente.
No extrañaba a Narcisa. Solamente extrañaba hablar con ella. Es decir que no la extrañaba a ella sino a esa parte de mí que compartía con ella.
No era asombroso que la extrañara porque nadie podía decir como ella. Ni siquiera Anka.
El oficio de Anka era ver, mirar. Sorbía, bebía todo, bebía las palabras en copas finas de merlot. Pero no podía decir. Escribir sí. Vomitaba los artículos para el periódico. Edificaba con gran habilidad las columnas, esas que dejaba puntualmente a cambio de un pago deficiente y tardío.
Una vez hablamos de esa afición y ella me dijo que si no tradujera las imágenes de las películas en palabras no podría vivir, se ahogaría; la acumulación de las palabras terminaría formando bodoques de cemento y eso terminaría asfixiándola. Literalmente las vomitaba entonces.
Le pregunté por qué no escribía sobre las imágenes del mundo. Entonces me dijo que eso era demasiado doloroso. Hubo un silencio. Después dijo que a veces lo hacía. Interpretó mi mirada reclamante porque enseguida dijo que no mostraría lo que escribía, ni siquiera a mí. Fin. Anka era así.
Pero lo de Narcisa era otra cosa. Ella decía y al decir inventaba el mundo. Aparecía nítida la belleza, unas veces con gracia, otras con dolor. Nunca en la mitad del río. Siempre en los extremos, en las orillas. Y uno podía estar en su orilla o en la otra según sus designios.
Hacía una semana que no sabía nada de ella, desde que se había ido. No había escrito ni llamado. La noche anterior yo había soñado que estábamos uno en cada orilla de un río y caía una nevisca impiadosa. Narcisa estaba en una silla de funicular, me tendía los brazos y lloraba como una niña y me decía “perdí los pulpitos de hule”. Yo iba con un medio mundo a rescatarle pulpitos de colores, pulpos fugados de una historieta infantil, tan infantil como ella. Ella veía los pulpos que saltaban en la nieve y reía.
Pero se había ido, no había escrito ni llamado. Y yo estaba sin una ocupación concreta y me habría gustado dedicar el tiempo a las congojas fútiles de mi amiga y que para ella eran terribles. Como perder unos pulpos de poliester.
Cuando el tipo del kiosco me dio los cigarrillos me quedé mirándolos sin poder reaccionar porque fue ahí que pensé que la información del sueño podía estar distorsionada y en realidad no eran pulpitos sino púlpitos. Porque a veces me hablaba de púlpitos lluviosos y yo sabía de qué hablaba cuando decía eso.
Me producía un dolor en el estómago pensar qué haría ella sin su púlpito lluvioso y yo tan lejos, sin mejor ocupación que unas clases de tenis.
El tipo del kiosco seguía con los cigarrillos en la mano extendida en el aire, mirándome sin sorpresa, seguro acostumbrado a mis procedimientos de adquisición de cigarrillos que variaban en un elenco siempre inédito de acciones poco prácticas para vendedores de cualquier cosa. Me sonrió, habría pasado segundos, o minutos. Me hice cargo de los cigarrillos y pagué.
Me tapé la mitad de la cara con la bufanda. La lana me hacía cosquillas en la nariz.
Una mujer y una niña de unos cinco años pasaron ateridas; iban de la mano. Podía escuchar lo que decían.
-Mamá, ¿por qué acá no nieva?
-Porque no lo pagamos, hija.
La niña quedó conforme con la explicación, porque no se las oyó decir nada más. Algunas mujeres son únicas. Otras no.
La ola polar volvió a sumirme en pensamientos totalmente fuera de lugar.
Pensaba en Narcisa, en el tenue desdén de su olvido, en los días de excursión en el campo, en las veces que ella llegaba a mi casa llorando por nada y yo le decía cualquier cosa, lo que tuviera a mano para decirle en ese momento y ponía algún disco, le contaba algún dato erróneo para que ella, en su ego incurable, me corrigiera y discutiéramos tanto sobre el punto hasta que se olvidara de llorar por un día.
Pensaba todo el tiempo, era una máquina obstinada y ciega.
Debía ser algo así como síndrome de abstinencia.

miércoles, 25 de julio de 2007

BREVE HISTORIA SOBRE ACROBATAS ESCRITA EN PAPEL TISU

Ella llegaba antes.
Siempre a las seis.
Esperaba
columpiaba en un risco imaginario
la redaba el mismo haz
desliz fizz fizz- clac.

El se deslizaba
en la ciénaga ella.

Ella era su propio alud. Peñascos de ella dentro de ella.

En cuanto a él, bueno,
él habitaba un páramo transido de conejos de felpa.

Nada era dicho y todo a la vez.

Había el segundo fugaz del contacto
una humedad de selva.

Después dos abismos donde cada uno caía en sí dentro de sí.

La vuelta a la cabina.
El
toalla purpurina en el pelo
Solo.
Sus licores malla húmeda.

Ella
Algodones
maquillaje
durmiendo entre antílopes
y platos de sopa.


He dicho habían olvidado las palabras.

Tensión y distensión.
Travesaño equilibrio
Una sierpe invisible del aire.

(No hacía falta mirarnos para saber el instante del salto.)

Pero algunos cauces exceden
El río invernal.

Entonces
él viajó
Tomó nota estricta de acontecimientos del mundo
Sólo para ella.

Ella esperaba a las seis
Que se sésamo abriera
La veta por donde veía
La génesis del tiempo.

El compró una botella con tierra
Pequeña calicata envasada
En un puesto típico
Con un cartel que decía
Puente colgante.

Lo dejó en la cabina entre maquillajes
con una fecha que aún
no había llegado.

Al día siguiente a las seis
El entremés silencioso y las redes.

He dicho todo esto
En papel tisú.
No conviene mojarlo.

P.D: No olvidar alicate anteojos

FIN DE LA VIGILIA

El vino restaura la grieta olvidada.

Hay placebos de luna.

Me visita
osopardo de leche
cuando el sueño me envuelve
en su frazada de ripio.

LUDOVICO FINAL Y LAS ESPECIES

Ludovico Final ve. En un jarrón ve. En un plato. En un brote de soja.
Ve y lo que ve es envuelto en papel celofán: una brótola amarilla lo es rápidamente para evitar malos olores.
Ludovico apunta a las especies. Piensa tanto, clasifica. Rehúsa enciclopedias. Elige cráteres. Siente tal cansancio de su propio pensamiento que sólo compra un shocking waves para uso diario.

lunes, 9 de julio de 2007

LA SEÑAL

Pudo ser de noche para siempre
en su desmayo sin pausa
Nada había
Sino una silueta negra y vacía

Quería entonces que una santa
la cubriera de velos
le diera un día claro y silencioso.

Después del viaje por las mareas cálidas
la niña nívea la despierta
le dice que un helado ángel azul ha caído
sobre el campo lejano.

domingo, 8 de julio de 2007

BAÑO DE SANGRE

Después del vahído oculto bajo el sonambulismo
leve declive
resbala al muelle donde se arman las figuras
círculo cálido
lugar de la penumbra.

Pero el designio.

Abierta la fauce seca tras su espalda
El dragón la inmoviliza
La despoja en el sitio donde mora
perfora arde el fuego
De la bestia que la horada
Deshollando lo que queda de la piel de la amada.

Cae al vacío desde la ventana.
Campesinos la ven.

Cubren las llagas
del cuerpo inerte
signado del ultraje.

Bajo la luz del día
La sangre se vuelve negra.

viernes, 6 de julio de 2007

EL CUERPO

I. El desierto

Un rastrojo atroz de cinco siglos
andamios levantados
sobre el osario y las cenizas
ni huellas siquiera.
Todo ha huido
detrás de los pasos que rondaban a ella.

II. Ojo de agua

Vuelve a la quietud del útero al fin
en la mitad de la vigilia el sueño
las velas que nadie nadie ve.

El rayo impiadoso

Entre sucesos apilados
la inocencia confusa.

Disrupción si sus ojos.

Grafía indeleble en el cuerpo.

Después
entre las paredes de mí
todo tiembla.

jueves, 28 de junio de 2007

CHOCOLATE

En el último banco de la clase
ella escribe
una indicación breve
que él nunca cumplirá porque
debe llegar antes de que salga el tren.
Pero lleva la carta en el bolsillo
y deja en su lugar
un chocolate.

miércoles, 27 de junio de 2007

RES DOMINUS

Esto me pertenece
dijo mi madre.
Se refería al dolor.

domingo, 24 de junio de 2007

EL BIOGRAFO

Carlos Arcuri se acomoda en el asiento del avión y repasa la historia de Akaki Akakievich. En la décima línea de la página cuarenta y cuatro hay un insecto aplastado. Sacude el libro, el insecto cae al vacío desde la A mayúscula.
En San Petersburgo consigue, con gran esfuerzo idiomático, una habitación con ventana a la calle. A la noche sueña con Akaki Akakievich; lo ve de espaldas, con un sobretodo como el suyo. Después del desayuno pregunta al conserje por la casa de Gogol. Aunque supone que va a darle un plano –como lo había hecho el jefe de redacción dos días antes-, el conserje lo acompaña hasta una calle empedrada y caminan en silencio hasta una casa. El conserje se despide. Arcuri toca el picaporte y la puerta se abre.
Sentado frente a una mesa, de espaldas, apenas iluminado, Gogol escribe. Arcuri se alegra de su buena suerte. Volvería con el artículo pero escrito por el mismo Gogol.
Le explica. Gogol acepta, cortés, con la condición de que Arcuri colabore con su cuento, una historia sobre un hombre común: un copista con un sobretodo.
El cronista pregunta y Gogol contesta sin dobleces. Arcuri está muy a gusto, pesar de lo húmedo y frío de la habitación. Tiene la extraña sensación de ser habitado por el copista, de que, sin saber por qué, él es Akaki Akakievich. Eso, sin que sepa por qué, lo alivia.
Akaki Akakievich tose y agoniza en su cama y Arcuri empieza a toser también.
Gogol pregunta si le molesta el humo. Arcuri, sin dejar de toser, mueve el dedo índice como si fuera un péndulo invertido.
La habitación se torna un campo de niebla en el que es difícil respirar. Tampoco puede verse ya la silueta de Gogol.
Cuando la policía de San Petersburgo entra en la casa de Gogol, encuentra el cuerpo de un hombre con un pasaporte de un país sudamericano.

sábado, 23 de junio de 2007

DERECHO DE REPLICA

La muerte llega en un barco puntual.
Uno ve su presencia a destiempo.

He dejado de ser una mujer.
Me veo
macrocéfala, oscura
ojos inyectados en sangre verde.
Ergo
he dejado de ser de este mundo.

La muerte está aquí esta madrugada
a mi lado
en el cuarto de paredes austeras
y un cuadro en el que danzan parejas sin rostro.

Me deja esta señora un cubo negro
con su signatura de tinta indeleble
su huevo vacío y otros artilugios
los hermanos perdidos en esclusas malolientes.

Déjelo aquí, lo acepto.
Pero sepa, señora:
hoy he visto
un hombre que tiraba de su carro
con huevos y botellas de miel
todas dispuestas
equidistantes
doradas, simples.
Y supe una vez más que el mundo
es extremadamente bello.
Nosotros
los que caducamos cuando ud. lo dispone
podemos verlo
la belleza nos pega en la cara
algunos días es así todo el tiempo.
Quédese entonces con su eternidad.
Nos fue dado eso y preferimos.

Completo su formulario sin reservas.

Un niño que nace entre enfermeras blancas
la leche las lágrimas la miel los abrazos
el olor de la piel
los libros abiertos a la luz de una lámpara
las sábanas
las ofrendas al mar
los lejanos
todo eso no puede llevárselo, señora.
Permanece en el río que no cesa.

Aunque yo ya no esté
aunque todos los que estamos hoy no estemos.

jueves, 21 de junio de 2007

SON SIETE LOS MARES, SIN CONTAR LAS ISLAS

cómo hago corazón con esta ausencia
de los que no están
cómo puedo si el tiempo es la verdad que huye
mi único recurso
saber que están
soles que me asisten
soy tan oscura que me da miedo
soy esa inconsistencia que adjudico a recagno
busquemos un punto de apoyo
porque nadie moverá el mundo
el mundo es infinitamente cruel
lo es todo el tiempo
cuando hablamos de Marruecos ante un tipo
que cobra quinientos pesos
cuando un tipo cobra quinientos pesos
y hablamos de pilates
por suerte el sufrimiento no me impide
ver a los que sufren frío, hambre, desamor, ausencia
desaparece un testigo
nadie es testigo de él
y ahora que hacemos
pilates y teatro y cremas hidratantes
analgésicos curitas para el alma que enferma
la escritura es mi único recurso
te diría
mi única posibilidad

miércoles, 20 de junio de 2007

MANIFIESTO CON FALLIDA CONJUGACION

Señoras del barrio, oíd: no barran hojas.
¿Es que no entienden que el caos rige el universo?

EL VIAJERO

busca asilo lejos
del púlpito rojo
en que cada palabra le envenena la sangre
pasos fallidos
arde la boca
llena de sal

entonces el agua
está ahí
y hay un borde posible
donde antes
sólo el abismo

martes, 5 de junio de 2007

EL ARMISTICIO

En el sillón de la sala
junto a la ventana
lo atravesó una sombra oblicua
una momentánea imposibilidad de olvido.

El precio de los cigarrillos había aumentado.

Cuando entró al bar sonaba Don’t sing me the blues.
Buen presagio.

El humo ascendía en volutas constantes.

El saxo empezaba a disparar Les feuilles mortes.
A esa hora era previsible.
Chet en esas espirales negras.

Recontó dos billetes
extendiéndolos sobre una quemadura del mantel.
Conocía muy bien el itinerario
las frases inútiles
las flores amarillas del empapelado.

Quiso decirle que no era él.
Que el tipo que esperaba nunca había venido.

Empezaba a sonar First song for Ruth y ella reía.
Se despidió y salió del bar.
Pensó que todavía era temprano para prescindir del suéter.

lunes, 4 de junio de 2007

HORMIGAS

Hormigas I

Pude verlo
a través del ojo de buey.
Olor a ácido fórmico
emanaba de los objetos.
Nube rojiza de insectos silenciosos
más profusa en horas de la tarde
(un sobrevuelo que
mucho después
interpreté como un presagio).

Avanzó hasta la proa.
Se internó en el agua.

Dejó atrás tres estelas breves.

El lodo lo cubrió hasta las rodillas
permaneció
inmóvil
ante la antigüedad del río.

El día siguiente tuve fiebre.

Es tarde, dijeron.
Esperaban dos tías y un mantel a cuadros.
Regresé.
Tomé el té rápidamente.
En la ducha
el agua olía a ácido fórmico.

Hormigas II

Inclinaba apenas la cabeza hacia la izquierda
buscando la parte de la hoja oculta.
Una mujer
de peinado abovedado
revisaba por octava vez el contenido de su cartera.
Otra
con dos niños demasiado abrigados.
El resto de los pasajeros
una presión intermitente sobre el cuerpo.

Al día siguiente, el tren se retrasó siete minutos.

domingo, 3 de junio de 2007

INFORME DE AMANDA EN EL PARQUE TEMATICO MARINO

*El pez persigue una burbuja que desaparecerá en tres segundos.
*Con la serenidad de un buñuelo el comensal pide sopa de hipocampo. Muy bien, le dice el mozo que usa moño como cualquier mozo. Vuelve con una sopa espesa que parece de berenjenas pero es de hipocampo. Entonces el hombre de la mesa dice:
“-Disculpe pero el pan está algo húmedo”. “-Es que afuera está lloviendo”, le contesta el mozo. -“Tiene razón, no hay problema entonces”, dice el hombre y hunde la cuchara en el plato. Moraleja: el hombre no piensa cuántos hipocampos insume la sopa de su almuerzo. Conclusión forzosa: si ese hombre escribiera, su relato tendría olor a viejo, como el pan.
*Los delfines no forman parte de la fauna marina. Son de látex y fueron diseñados por el japonés Sakura Cho en 1943 para los espectáculos de acrobacia acuática en miniatura, por encargo del primer ministro Hideki Tojo, que alternaba esta afición con el badminton. En 1998 fueron reemplazados por tamagotchis water proof, pero ante el estrepitoso fracaso, se volvió al diseño original, que adaptó su tamaño y se produjo en serie para el mercado occidental.

CARTA DE MARCOS BLOOM DESDE MARACAIPE, PER.

Amor mío:
Espero disculpes todo este tiempo en que no te he escrito. No pienses, mi pétalo, que he estado Fiesta, barco, Ibiza y JB, ni mucho menos, es que tuve algunos inconvenientes que, no puedo negar, debe atribuirse a mi impericia en el manejo de los kayaks.
Estábamos en Maracaîpe, hasta allá nos había llevado el último rastreo de las coordenadas, que indicaba un 99% de probabilidad de tornado en el estado de Pernambuco. Había pasado tres días desde el que fijáramos, estábamos en el punto de epicentro y nada sucedía según lo calculado. Cielo estrellado, poco cambio de temperatura.
Entonces con Jehtro alquilamos unos kayaks para solazarnos con el tortuoso oleaje maracaipense. Como bien sabes, Amanda, no soy diestro conductor de estas embarcaciones minúsculas, por lo que debí envalentonarme con un par de on the rocks y llevar una ración de repuesto en la minipetaca. El mar estaba encrespado como tú en las horas nocturnas, y Jehtro avanzó con su kayak mar adentro. Yo empecé a remar desde la playa, sin demasiada velocidad pero con gracia, serenamente, mientras pensaba en tu pelo rizado. Sigue rizado tu pelo, Amanda? O, creyéndome ingrato, lo sometiste a alguno de los tratamientos que he descalificado, sin éxito por cierto? Bueno, ya lo sabré.
Así íbamos, cuando de pronto vi una ola inmensa en el horizonte que venía hacia nosotros. Jehtro me daba instrucciones a los gritos pero yo no escuchaba lo que decía, entonces le hice saber, también a los gritos, que mi panorama no era óptimo, todo eso salpicado de vocablos soeces y escatológicos que voy a ahorrarte en honra a tu femineidad.
En resumen, la ola dio vuelta mi kayak devolviéndome a la playa. Quedé semienterrado en la arena, me dolía cada uno de los huesos, incluso todas las falanges, se había terminado el caballito blanco y no tenía fuerzas para ir hasta la camioneta.
Cuando Jehtro volvió me llevó hasta un nosocomio del lugar, donde me practicaron primeros auxilios.
Todo eso me aconteció en la ausencia que debes atribuir (conozco tu afiebrada imaginación) a embates menos concretos y más veleidosos.
Llevo un regalo para ti, unos aretes en forma de corazón, de un material facetado, color rosa pastillita punch, que tanto te gusta. Tienen la particularidad, además, si uno los mira bien y los sabe ubicar, que con los ganchos se forma un tercer corazón, porque en estas cosas, Amanda, como en todo, no hay dos sin tres. Sigo esperando el agua. Vuelvo pronto. Marcos.

EL MONO QUE PIENSA

Todo es mentira
todo
es mentira la repartición a la que asisto
es mentira que hablamos que nos escuchamos
es mentira que somos sujetos sociales.
Mienten los aniversarios
las conjugaciones correctas mienten
los ajustes semánticos no dicen la verdad
mienten los vendedores las ofertas mienten los colegios
y las directoras.

Es cierta la pasión.

Es cierta la inutilidad de la pasión.

Es fatal e irrenunciable.

Es verdad que no hay tristeza más triste que un hombre
que lucha contra su deseo.

Son ciertos los ojos y las ventanas al río.
La soledad es cierta.
Es cierta la lluvia que cae en tu pelo olvidado
mientras escribo palabras difusas
que nadie leerá nunca
porque es mentira también
que haya alguien del otro lado.

miércoles, 23 de mayo de 2007

LA ESTRATEGIA I- LA MORAL DE LOS ESCLAVOS

Los primeros tres días no noté la ausencia de Manuel porque había tomado a mi cargo sus clases, tuve que cambiar los horarios, lo que me exigía salir de la perfumería quince minutos antes con un permiso concedido a desgano por el dueño, ir al club, dar las clases, volver a mi casa a las once de la noche. No tenía tiempo para extrañarlo ni para ninguna cosa fuera de las necesidades vitales.
Pero el miércoles llamó. Era su cuarto día en Río y se lo escuchaba relajado y feliz. Le pregunté por su padre y me dijo que estaba bien, sin darme detalles, y que se quedaría unos días más porque tenía que resolver un par de cuestiones y después volvería. No me preguntó si lo extrañaba.
-Escribime –dije cuando nos despedimos.
-Pero si vuelvo en tres días –dijo.
-No importa, escribime igual –insistí.
No se lo dije pero lo extrañaba. O sería que estaba cansada con las clases y la perfumería; no era por las clases en sí, sino porque volver a ellas me permitía dimensionar una situación que me estaba escamoteando desde hacía tiempo.
El dueño de la perfumería era un tipo que debía hacerse los trajes a medida: tenía las piernas demasiado cortas y un abdomen que le vedaba la membresía en el círculo lacroix.
Al principio era amable con nosotras. Después algo cambió, supongo influyó el nacimiento de su primera nieta, y fue mutando a viejo desagradable, aunque inofensivo. Algo pesado, pero nada más. Pero el último tiempo, como ninguna de nosotras accedía a sus propuestas eróticas, por principio o porque el viejo era realmente viscoso, se había vuelto despótico, opresivo.
Los quince minutos diarios que me concedía para llegar a tiempo a las clases me costaban carísimo. Venía todos los días a controlarme. De paso me invitaba a un spa o al casino.
Yo inventaba excusas, hacía lo que podía, pero no lo aguantaba más.
El viernes a la noche llamó Manuel. Dijo que iba a quedarse unos días más. No me dio ninguna razón. Tampoco me escribió.
Me empezó a doler el estómago. Esa noche no podía dormir.
El sábado salí para la perfumería tratando de no pensar en Manuel ni en el viejo.
Como a las diez de la mañana vino el viejo. No decía nada. Me miraba mientras yo atendía. Estaba cada vez más nerviosa.
En un momento no pude contenerme más y le dije: -Disculpe, por qué no se va a la sucursal a romper las pelotas? ¿No ve que estoy trabajando?
El viejo viró al rojo y dijo cosas que no escuché del todo, pero iban desde maleducada hasta qué se cree.
Busqué mi bolso mientras el viejo seguía con la arenga y me fui.
A la tarde vinieron Narcisa y Anka. Después Calio, que me recomendó un abogado.
Además tenía una idea, según dijo. Yo no tenía ganas de contradecirlo y tampoco sabía qué haría esa noche dado que todo me iba mal. Entonces accedí a colaborar con las acciones secretas que él llamaba “el comando”.
Mi misión en el comando era transformar a Narcisa en una femme fatale, lo que no era sencillo porque sus atributos anatómicos no aportaban demasiado.
Pero lo conseguí con la ayuda de unos stiletto lindísimos que me había traído Denise de Italia y, por supuesto, las pestañas. Tuve que maquillarla y explicarle cómo moverse, cómo caminar. Le decía todo eso pensando en Esther, en sus gestos, en su pelo.
Era agradable estar en la cocina con ellos. Poco a poco Manuel y el viejo se disipaban como nubes.
Era agradable también poner a Narcisa mis pestañas, como una iniciación, un rito nuevo y tembloroso para ella. Había aceptado dócilmente mi superioridad en la materia, estaba inmóvil y silenciosa mientras yo operaba con las pestañas.
Pusimos un poco de goma espuma en zonas estratégicas. Calio repetía que no podía creer que las mujeres hiciéramos eso. Le recordé los corsés de las cortesanas, pasando por distintos artificios hasta llegar al photoshop.
-Puedo quedármelas después? –quiso saber Narcisa, refiriéndose a mis rellenos postizos.
-Por supuesto –dije-. Después de Manuel seré gay y dejaré el maquillaje.
En ese momento tuve la certeza de que no iba a volver a la perfumería. En la ciudad había muchas perfumerías y clientes aburridas de sus esposos adinerados prestas a preguntarme por el último dior. Y yo tenía mucho tiempo. Ningún apuro. Esto a la vez me permitía poner nervioso a Manuel. Doble placer. En orden inverso.
No iría nunca más y me quedaría con las pestañas como indemnización.
Pude saber eso porque ellos tres estaban conmigo, Narcisa dejándose pintar los labios, Anka fumando y Calio diseñando un extraño proyecto.
Pude pensar eso porque era hermoso estar con ellos en la cocina llena de tazas sucias, humo, restos de comida, botellas de agua y vino tinto de cepa dudosa y básicamente porque Anka me contaba por enésima vez detalles de La Sirena.
Por mi parte, no tenía ninguna expectativa en el abogado ni en la secreta estrategia de Calio. Pero iría esa noche al shopping simplemente porque eran ellos tres.
El lunes no fui a trabajar.
Sólo fui hasta el shopping, entré. Desde el local de los zapatos podía ver la perfumería. Había dos operarios con espátulas limpiando los vidrios, que Calio había decorado con pintura negra y letreros que decían: “hijo de puta” “hijo de una gran puta”, todo rodeado de elegantes tiras de papel higiénico.

LA ESTRATEGIA II- EL COMANDO MANDARINA

Tenía un mensaje de Narcisa que decía: “A las seis en lo de Berta”.
Hubiera preferido ir a nadar, pero estuve a las seis en punto.
Me abrió la puerta Anka y dijo un hola neutro, como siempre. Estaban las tres en la cocina. Berta dibujaba rombos. Narcisa me miró completamente S.O.S.
Berta decía no sé, no tengo idea. Silencio. Yo tampoco tenía idea.
-Hay té para mí? –pregunté porque nadie me lo ofrecía.
Sin entusiasmo Berta sacó una caja donde tenía tés frutales.
-Es el tipo de la perfumería –dijo.- Desde hace un tiempo. Esto no es conmigo solamente. A las otras les pasa lo mismo. Yo no sé qué hacer. A Manuel no le conté porque va a empezar con el tema de mi carrera, además porque para qué. Pero está poniéndose complicado y yo no tengo idea qué se puede hacer. Además usamos un uniforme horrible, no entiendo cómo funcionan esos ratones.
-Complicado –dije por decir algo, porque veía las gotitas que caían sobre los rombos y no lo podía creer, era la primera vez que Berta no sabía qué decir y lloraba. Nunca antes la había visto llorar y no me gustaba no poder decirle nada.
Tomábamos el té y no pedí azúcar. Nadie lo hizo.
Entonces recordé que conocía a un abogado, un tipo despreciable, hermano de un compañero del doctorado. Lo llamé y le pasé el teléfono a Berta, que fue a hablar al balcón.
Quedamos los tres en la cocina. Había organizado lo del abogado para calmar a Berta, pero sabía que no llegaríamos a ninguna solución. Los abogados formaban parte de un andamiaje ilusorio, como las religiones o los parches de nicotina. Era necesario diseñar una estrategia.
Antes de que Berta pudiera intervenir –no tenía certeza de que aun lacrimosa dejara de ser autoritaria- lo decidí y dibujé un cuadrado perfecto entre los rombos.
Cuando Berta volvió di las instrucciones: a las once en la entrada que da al oeste. Narcisa vestida para la guerra, Anka haciendo guardia detrás de la cabina a veinte metros. Berta, auxiliar de Narcisa en el vestuario. Esto último fundamental.
-Vuelvo a las diez y sigo con el resto –dije-. Berta dijo está bien, por primera vez sumisa.
Salí y fui hasta mi departamento. Busqué el aerosol, los papeles, preparé la goma. Me puse el saco verde militar que me había dejado mi padre, el de la insignia del halcón. Necesitaba comprar algo con alcohol y pasé por el kiosco refuerzo. El tipo me miró los pies, tal vez extrañaba lo de las patas de rana, uno nunca sabía. No había nada aceptable, lo más fuerte que tenía era una botella de licor de mandarina. Era eso o agua de limón finamente gasificada y mucha, mucha imaginación. Opté por el licor.
Llegué a lo de Berta a las diez. Su estado de ánimo había cambiado, se notaba en que había preparado comida fría. Imaginé que la llamaría buffet froid o algo así y comí los restos.
Anka fumaba. Narcisa estaba casi lista para la acción, con un vestido de Berta que mostraba los muslos, medias negras, zapatos altos. Estaba muy rara con esa ropa, pero para la estrategia iba a funcionar bien. Berta, a cinco centímetros de su cara, le pegaba con paciencia unas pestañas postizas. Hablaban en voz baja y muy cerca una de otra.
Narcisa no tenía el physique du rol pero parecía muy complacida con el que le asigné.
Yo sabía que era sólo un juego. Ella no podría tener un mínimo contacto con quien no tuviera una extremidad de todo. No era ella en ese vestido y con esos zapatos.
Fuimos en mi auto hasta el centro comercial, llegamos a las once y cuarto. Tomamos posición: Anka detrás de la cabina, yo en un recoveco de la entrada del cine. Berta esperaba en el auto.
Empecé con el licor de mandarina, lo apuré para entrar en escena y me dio náusea.
Narcixxa, como llamé a su personaje, caminó impetuosa hasta la puerta que da al oeste y se paró delante del guardia. Hablaba. Diría lo que habíamos convenido. Que estaba buscando a su hermano que tenía problemas con el alcohol, que siempre lo perdía, que necesitaba encontrarlo porque su madre, etc.
El tipo le dio fuego y ella le agarró la mano con las dos suyas durante unos segundos. Tenía el tapado desabrochado y el elefante le espiaba las piernas. Era un tipo horrible, una mandíbula de neandertal y el pelo como un soldado alemán, rebosante de anabólicos, seguro tomador de cerveza.
Narcixxa hablaba y hablaba, se acercaba cada vez más al tipo, se reía a carcajadas echando la cabeza para atrás cuando el tipo decía algo.
Era tiempo de entrar, pero quería ver hasta dónde llegaría ella. Quedaba muy poco del licor. Lo terminaría y entraría después.
Hasta dónde, o le gustaba de verdad ese primate.
Era una escena, pero yo hubiera jurado que realmente le cabía. Puta, putaputita, jefa de una patrulla patriótica de putones. Te gustó, te gustó y me lo mostrás en la cara.
Entonces Waterboy tenía razón y a mí con la historia del agua de lluvia. Así esss dije en una ese larguísima que se atomizó en muchas eses que empezaron a caer al piso. Estaba mareado. Ella seguía riéndose con el tipo y yo ahí en mi insigne rol de director del comando mandarina.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que sonó el teléfono, atendí y era Anka que me preguntaba qué pasaba. No daba para más, tenía que entrar.
Caminé hasta ellos y me paré delante de la tipa de negro que ya no sabía si era mi amiga la del agua o un exceso de maquillaje que me miraba con furia, tal vez porque le estaba interrumpiendo su bocado.
No sé que dije, pero recordé que tenía que entrar. Fui hasta el local, hice mi trabajo.
Salí y Narcisa le dijo algo al tipo y nos fuimos hasta el auto.
Después debo haberme quedado dormido, porque no recuerdo nada más.

LA ESTRATEGIA III- EL OJO DEL HALCON

El sábado quería ir a ver una película francesa pero no pude. Berta me llamó para que estuviera en su casa a la tarde.
Pasé por lo de Anka y fuimos.
Tomamos el té y después llegó Calio.
Berta no quería seguir trabajando en la perfumería porque el dueño acosaba a las empleadas. Decía que no le importaba, pero estaba triste y lloraba. Yo hubiera querido que se enojara, que peleara como lo hacía con Manuel. Pero no. Hacía dibujos en un papel y lloraba silenciosa.
Calio la contactó con un abogado. Además tenía un plan o algo así, no sabíamos de qué se trataba pero a mí me tocó vestirme de felina y hacerle creer al encargado de seguridad que no encontraba a mi hermano, que tenía problemas con el alcohol. Tenía que hablarle y convencerlo hasta que apareciera mi supuesto hermano y el guardia lo dejara entrar al shopping.
No sabíamos cuál era la estrategia, pero Berta fue animándose. Cocinó, trajo un vestido, zapatos, un tapado, maquillaje, pestañas, todo para mi personaje, porque de mí dependía el éxito del plan. No sabía si iba a poder hacerlo. Pero lo intentaría por Berta. Además no había otra posibilidad: el tipo de la puerta la conocía bien y a Anka no le veíamos talante para matahari.
Me vestí. Los zapatos eran incómodos. Berta me maquilló y me prestó sus pestañas postizas.
-Fantástico –dijo Berta.
-Sí? –dudé.
-Claro. Tenés que caminar segura, como si estuvieras llevándote por delante tipos más bajos que vos, detestables y de poca monta.
Yo pensaba que a Berta le hubiera encantado ese rol, porque esa parte le saldría muy bien. Si ella pudiera pondría a todos los tipos del mundo en fila, una larguísima fila, y ella delante, con uniforme militar estrictamente negro y pelo engominado, les daría uno a uno una suculenta cucharada de estricnina. Me lo dijo una vez y le creí, a tal punto que durante un tiempo traté secretamente de indagar la dieta de Manuel, me preocupaba si incluía hamburguesas o símiles que permitieran la introducción solapada del áspid elemento en el organismo del tipo, que lo merecería, según ella, por la mera pertenencia a ese género obtuso.
Dejamos a Berta en el auto. Calio tenía una chaqueta que nunca antes le había visto, con un halcón prendido en el pecho, y la mochila de siempre. Tomaba licor, un licor de olor penetrante a mandarina.
Vi al tipo de la puerta desde lejos y recordé cómo tenía que caminar según Berta. Hice lo que pude. No trastabillé, lo que ya era suficiente para un digno aprobado en mi desempeño de la estrategia que todavía no sabíamos en qué consistía.
Le dije al tipo lo que Calio me indicó, exagerando un poco algunos clichés de seducción: le pedí fuego, le miraba la boca, me desabroché el tapado. Mis movimientos me parecían groseros. Hacía frío. Quería irme de una vez, estar en lo de Berta tomando un pinot noir.
El tipo no estaba convencido de la historia de mi hermano alcohólico y Calio no aparecía. Me puse muy nerviosa, lo que me hacía reír espasmódicamente por cualquier cosa que decía el tipo. Yo insistía con lo de mi hermano. Pasaron más de quince minutos y ya no sabía que inventar. No sé cómo le mencioné algo sobre la inseguridad en la ciudad y se entusiasmó un poco, seguimos hablando como dos vecinas que barren hojas. Desesperada, miré hacia la cabina donde estaba Anka y vi el humo de su cigarrillo.
Evidentemente Anka entendió, porque a los dos minutos, mientras ya estábamos con el tipo concordando en que acá hacía falta una mano dura, entró en escena Calio. Parecía borracho de verdad. Se paró delante de mí, me miraba con un ojo de halcón furioso y el otro estaba casi cerrado. Era un excelente actor. No decía nada. Yo esperaba que dijera su texto y nada.
Entonces improvisé: -Bueno, está todo bien, no pasó nada. Lavate la cara y nos vamos- dije a Calio. El tipo de la puerta nos miraba como si contamináramos el paisaje. Calio se balanceaba hacia la izquierda y su ojo me odiaba genuinamente.
-Por favor, lo dejaría pasar a lavar la cara? –pregunté al guardia.
-No creo que se pueda- dijo.
-Es que de otra manera no se le pasa. Puede ponerse violento, a veces es así –insistí.
El guardia miró a Calio con desconfianza. De su boca salía una nube débil con olor a mandarina. Lo dejó entrar.
Después de unos minutos Calio salió. Olvidó el detalle que habíamos hablado: tenía que salir con el pelo mojado.
Agradecí al tipo y fuimos hasta el auto. Cuando Berta nos vio me dijo: -Así no maneja.
Entonces supe que Calio no actuaba. Estaba completamente borracho.
Me senté con él en el asiento trasero. Se acostó, apoyando la cabeza sobre mis piernas, y se quedó dormido.
Llegamos a su departamento. Berta estacionó y Anka llamó un taxi. Les dije que yo me quedaba, que iba a acompañarlo para que no se durmiera en el ascensor, como había sucedido otras veces.
Subimos. Dormía con la cabeza en mi hombro y me pareció un niño.
Lo acompañé hasta su cama. Le saqué la chaqueta y la colgué prolijamente con el halcón hierático que me miraba como antes Calio. Busqué un vaso de agua y dos migrales. Lo desperté y le puse delante el vaso.
Entonces me apretó el cuello, mordiéndome la boca.
-No hagas eso-dije- Estás loco.
Me escuché decirlo y no entendía por qué. Sentía la presión de sus dedos en mi cuello, me dolía el labio, pero me estaba muriendo de ganas de ser devorada por esa boca, por un olor a mandarina que me llevaba a mi infancia, al beso de un primo en una siesta de invierno. De pegarme a su cuerpo y dibujar en la línea del omóplato debajo de la ropa un trayecto cítrico leve.
Después de todo, estaba demasiado borracho y al día siguiente no recordaría nada. Y estaba sucio, despeinado, indefenso, todo a la vez.
Era lógico sucumbir al despliegue del halcón, la demarcación de su territorio en mí, de su hambre-hombre. La garra en el cuello, sin decirlo pero vos de acá no te vas-entendiste-no-te-vas.
Pero recordé lo del umbral. Estaba segura: no quería volver a llover por un tipo. Menos por él que era mi sombra y también mi día más claro en la oscuridad del insomnio.
También el tipo del umbral se había plantado delante de mí todo él montaña enorme, y después se había evaporado. Se evaporaría Calio también. Y después del vapor viene la lluvia. Mucha lluvia.
Me soltó y tomó los migrales, uno detrás de otro, como un niño bueno.
-Cantame los árboles altos –dijo.
Yo no conocía esa canción. Para complacerlo, canté una de cuna muy meliflua, que hablaba de ángeles y otros asuntos medievales. Fui poniendo orden en su pelo hasta que se durmió, no por la canción sino por los efectos del licor.
Caminé hasta mi casa porque no había taxis y, como siempre, había olvidado el teléfono. Caminé entre dos hileras de árboles altos.

martes, 15 de mayo de 2007

GEOGRAFIA

El cuerpo
tabula rasa de escritura
húmedo planisferio
donde aristas
péndulos
bordes indecisos
dibujan los goces habidos en el mapa del tiempo.
El dolor
contrafaz plenilunio
traza a su vez su ruta.
Los desiertos babean salobres en el epitafio del insomnio.
Puentes, río, afluencia de islas en las que no estamos.
Los vinos insolados en las primeras uvas.
La sangre
y los despojos en las cenizas de otro.
Bajo el hueco al borde peninsular del cuello
estadías en la luz.
Y los bisontes nunca vistos
están tatuados debajo de su pelo.

domingo, 6 de mayo de 2007

LA CLASIFICACION DE LAS ESTOLAS- Teatro para telemarketers

(Corvus está concentrado en la clasificación de estolas. Glauco y la Anfitriona toman el té)
Anfitriona (observando el procedimiento de Corvus): -¿Otro té?
Glauco: -Por favor. Gracias.
Anfitriona (a Corvus): –Otro té? (Corvus no escucha) Creo que entró en trance estolar. Últimamente está muy ocupado en la clasificación de estolas.
Glauco: -Y no es para menos. Siguen apareciendo más y más.
(Pausa).
Anfitriona: (Suspira, conmovida): -Es tan amable con ellas. (A Corvus): Un merengue? (Corvus sigue absorto en la clasificación).
Glauco: -Estuve observando la conducta de las estolas. Empiezo a entender el método: a cada color corresponde una clase distinta de estola. (Extrae de su bolsillo un papel y lee): “las hay: marabuntáceas, que son violetas y quisquillosas; diminutivas, suaves y apacibles; soporíferas, las que serán arbitrariamente asignadas en adopción a Corvus”.
Anfitriona: -Podríamos colaborar. Comprar nuevos rótulos. O guardar algunas en cajas.
Glauco: -No es fácil. Cuanto más se ocupa en ordenarlas, más se desordenan. Son insurrectas por naturaleza.
Anfitriona:-Incorrectas por naturaleza.
Glauco: -No llega muy lejos con ese método. Algunas veces para abreviar arroja familias enteras de estolas debajo de la mesa.
Anfitriona:-No debería darles tanta importancia. Siempre es más edificante tomar el té.
Glauco: -Qué hora es?
Anfitriona:-Y media pasadas (le sirve más té).
Glauco: -A veces les cuenta historias. Ficciones de viajes, de lugares remotos.
Anfitriona: -Hace bien. A ellas debe gustarle mucho.
Glauco: -Les encanta. Las estolas (no todas) viajan. Eso simplifica el censo. En épocas de vacaciones él está más aliviado. Hace unos días recibió una postal: era de una estola que vive en Singapur. Se fue hace tres años. Envía cartas. Las firma como María Rosa de Singapur, pero es ella. El lo sabe. A veces creo que la extraña. Aparte ella es de las diminutivas, que no abundan.
Anfitriona: -Caros los pasajes?
Glauco: -Para nada. Hay poca demanda. Además son pasajeras muy agradables: ceden el asiento. Dicen “sí, gracias”, “cómo no”, “por favor”. Si entre los pasajeros hay niños, ellas colaboran activamente con las madres, les ayudan a vestirlos, los peinan.
Anfitriona:-Eso es importante. Tarea nada fácil supongo.
Glauco: -Complicadísima. Las madres suelen insistir en atavíos poco adecuados para los niños. Una vez vi uno con un tapado paquidermo.
Anfitriona: (Reflexiona masticando un bocado): -Imagino los reproches maternales.
Glauco: –Las madres son muy imaginativas a la hora de elegir ropa para los menores de edad.
(De pronto Corvus empieza a recitar para el público. La Anfitriona se calza unos patines y gira alrededor de la mesa sirviendo té en distintas tazas. Glauco toma nota de lo que va diciendo Corvus):
Corvus: -Condiciones elementales para una óptima clasificación: tener buena memoria, pulso suave y tres líneas de fiebre. Respirar. Disponer de sombrero. Respirar. No olvidar que no viajan si no son favorables las condiciones climáticas. Actualizar los rótulos. Organizar las cajas. No olvidar: riguroso desorden alfabético. Respirar. Como si ellas fueran lo importantísimo del mundo. (Vuelve a la actividad estolar).
Glauco: -Estos datos son fundamentales. Prometo que en poco tiempo podremos intervenir. Bajo su dirección, claro.
Anfitriona: -Nunca intentamos con un disco.
Glauco: -Sin embargo siempre hubo música. Lo que nunca intentamos es un buen método de persuasión. Ud. debe ser muy buena para eso.
Anfitriona: (Halagada): -Más té?
Glauco: -Qué hora es?
Anfitriona: -Ud. debería ocuparse en la clasificación. Sirve para soportar la ausencia.
(Glauco no responde. Pausa). Basta, no piense más. Nada garantiza que va a volver. Vamos.
Anfitriona: (Empieza a colaborar con Corvus en la clasificación, que va tomando cierto ritmo)-
Vamos. Empecemos con las marabuntáceas.
Glauco: -Qué hora es?
Anfitriona: -Y veinte. (Clasifica). Uno, dos, tres, cuatro.
Corvus: - Uno, dos, tres, cuatro.
(Los dos personajes siguen con la cuenta de cuatro, superponiéndose entre sí y a Glauco).
Glauco: -Cómo hago con esta ausencia. El hueco negro de los párpados. Mi único recurso: saber que en algún lugar está. No consisto en nada, no soy nada sino en esos lugares. Mis absurdos colores de otra época, el plumaje difuso ante sus ojos. Ahora, qué tengo? Tengo frío. Tango. Frío. (Pausa. Glauco queda observando a los clasificadores, hasta que se suma a la clasificación): -Uno, dos, tres, cuatro.
Clasifican todo lo que pueden hasta el apagón.

DOS DINOSAURIOS

Un dinosaurio de colores tiene un amigo que, aunque pequeño, no es de goma eva sino de poliestireno cien por cien.
Eso es suerte para los dos.
Para el dinosaurio porque es casi imposible tener un amigo en dos dimensiones.
Para el amigo también es redondo redondo porque de otra manera estaría en un cuaderno de comunicaciones para el día de la patria. Pero no: en lugar de eso él anda por el mundo montado en el lomo de su amigote saurio que es como una escalera verde.
Los dos van y vienen todo el día con dos valijas, una grande y otra que es una caja de fósforos, llenas de palabras y algunos chocolates.
Cuando el dinosaurio se cansa de caminar, entran al teatro y se ubican en la primera fila.

sábado, 5 de mayo de 2007

INFORME SOBRE EL LLANTO

“Y si el llanto te viene a buscar/agarralo de frente, bebé entero el copetín de lágrimas legítimas”
Julio Cortázar, Salvo el crepúsculo
“Debería darte vergüenza- dijo Alicia-, una chica tan grande (nunca mejor dicho) llorando así! ¡Basta de llanto! –Pero siguió derramando litros de lágrimas, hasta que a su alrededor se hubo formado un gran charco, de casi un metro de profundidad, que orillaba el centro de la sala”
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas

caída de una hoja seca
noticia en el diario
un dolor efímero en el estómago o una lastimadura en el dedo índice

algunas veces un papel sucio
la pérdida de un molar, la aparición de un insecto desconocido
los días con sus noches
sin escándalo en silencio sin motivo aparente
sobre las peceras y los camafeos

Durante un tiempo inestimable
debía dejar de lado las traducciones

Diágnostico: desequilibrio hormonal; falta de vitamina B; una insuficiencia en la alimentación
no hubo caso-seguía llorando

cuando las lágrimas se iban
el sol invadía las habitaciones
todo se deslizaba como sobre una esfera

Entonces limpiaba pacientemente los restos del llanto
para después
ir al teatro o comprarse unos zapatos nuevos.









miércoles, 2 de mayo de 2007

NARCISO

Me sorprendió recibir su mail porque hacía mucho tiempo que no nos comunicábamos. Se había radicado en Berlín desde hacía cinco años. Al principio me escribía todas las semanas y le contestaba puntualmente. Después las comunicaciones se perdieron en el tiempo y el espacio.
Algunas veces lo recordaba. Para mí era Narciso porque era mi alter ego y porque además era esa su definición: nunca había conocido un tipo tan narcisista. Pero habíamos sido muy amigos, siempre nos habíamos querido a pesar de lo mucho que nos irritábamos mutuamente, él con sus tics femeninos, reprochándome siempre lo que yo no hacía o hacía mal, y yo con mis raptos explosivos, mi malhumor, mi llanto por todo.
Había sido mi compañía antes de haber conocido a Calio, a Berta, a Anka. Había sido único, no fungible. Después la presencia de esos tres lo alteró un poco y se fue alejando.
Pero antes habíamos estado muy cerca. Me decía cosas frívolas en medio de mis recurrentes oscuridades. Me hacía reír porque realmente era imposible esperar de él algún rasgo de madurez, un consejo, cosas que uno espera de un amigo en los momentos en que el agua turbia sube y sube. El no. El me decía alguna ocurrencia completamente divorciada del sentido común, alguna insensatez, pero inexplicablemente eso decantaba en una inmensa dosis de ternura que sabía proferir en cuanto yo necesitaba.
Pensaba (nunca se lo dije) que en realidad se trataba de una fórmula repelente del dolor porque era extremadamente sensible. De otra manera no había por qué protegerse de nada. Para mí entrar y salir de esos lugares era simple, tenía como un entrenamiento para las caídas abruptas. El no caía. Yo sospechaba que él no sabía entrar y salir, transitar. Debía ser demasiado doloroso su dolor, siempre allá en lo profundo de ese río oscuro.
Entonces jugábamos a cualquier cosa, peleábamos por todo, nos reíamos de todo. Yo lo castigaba por su excesiva femineidad y a él eso lo halagaba muchísimo. Era totalmente distinto que cualquier otro hombre, por lo tanto. Le gustaban las mujeres, tal vez también los hombres, nunca lo supe porque jugaba con eso y yo le seguía el juego, no había para mí ningún peligro porque, aunque amaba mi parte masculina, me gustaban sin duda los hombres. Lo que amaba de ellos era, justamente, que estaban del otro lado.
Narciso y yo habíamos sido dos mitades, sin nunca ningún contacto físico porque lo habíamos respetado así, por esos pactos que funcionan entre dos sin que exista explicación, por miedo a perder el uno al otro, o porque sí, porque el cuerpo era una cuestión menor, una vulgaridad, un ejercicio para otros. No sabía. En todo caso sí sabía que era así, ninguno hacía nada para pasar a otro estado.
Yo suponía que a él le hubiera encantado que yo fuera hombre. Pero después pude saber que no era así. Lo supe por un subterfugio en algo que dijo y ya no recuerdo. Lo vi en sus ojos porque se ponían húmedos cuando yo le decía ciertas cosas. Cuando conocí a Calio y vi el mismo detalle me sorprendí. Eran los dos únicos tipos que lloraban así, silenciosamente, con una lágrima mínima y oculta, cuando yo decía ciertas cosas.
Entonces en su mail me decía que venía a pasar unos meses a la Argentina, que lo fuera a esperar al aeropuerto. No me hizo mucha gracia, sobre todo porque llegaba a las tres de la mañana. Calio no quería ir. Berta trabajaba al día siguiente. Anka no lo soportaba más de tres minutos.
Estuve en el aeropuerto a la hora señalada, a desgano, tal vez porque no sabía con qué me iba a encontrar. No sabía si sería como antes.
Esperaba. Faltaban quince minutos. No era casual que viniera por aire. Narciso era un tipo del aire. Entendí su incompatibilidad con los otros tres. Entendí que se hubiera alejado con la elegancia que podía esperarse de él.
Vi su pelo desde lejos. Vi su campera azul, era él, se reía ancho con sus dientes todos y fue hermoso verlo de nuevo.
Nos abrazamos unos minutos y estaba excesivamente perfumado, como antes pero había cambiado de marca. Me apretó muy fuerte y me dijo: -Hija de puta, cómo te extrañé.
Yo también lo había extrañado. Se lo dije y me contestó que sería por eso que le escribía tanto. Ahí estaba: Narciso otra vez. Me contó un par de cosas y ya estábamos peleando como antes.
Sin embargo no era igual. Era el aire que él traía. O se había edificado algo entre los dos, una arquitectura leve y callada que nos ponía en lugares separados. Agua y aire.
Era extraño. Había llorado tanto por el momento en que lo perdiera, y ahora estaba ahí con la evidencia completa de que lo había perdido y era como si nada, como si fuera natural, como la caída del cabello, como las fases de la luna.
Para él debía ser lo mismo. Dije una de esas cosas que lo harían húmedo. Nada. No había caso. Nos habíamos perdido. Estaba la risa, sí. Era gracioso, lo que contribuía a saber que nos habíamos perdido. Era objetivamente gracioso, no como antes, cuando decía cosas que a todos parecían estúpidas y a mí, sólo a mí, me hacían reír tanto.
El me hablaba del viaje, de la comida del avión que era horrible. Fuimos hasta un bar. Como siempre, eligió una ubicación en que la luz le fuera favorable para que no se notara cuánto pelo menos tenía. Antes eso era encantador. Ahora previsible.
Salimos del bar, caminábamos hasta mi casa. Veía los puentes, las declaraciones de amor eterno. Seba te necesito para vivir. Vane te amo por siempre. Dónde van esos refugios, esos enclaves de amores eternos, de dichas sin límite, las palabras entre dos, el agua, la sangre en las venas, los atajos al tiempo, las uvas compartidas? Dónde estaría Vane, dónde Seba? La pintura tardaría más en borrarse que las sensaciones habidas entre todos esos pares, incluidos Narciso y yo. Pensaba mucho en eso: en la subsistencia de los objetos por sobre las personas. En mi trabajo había una silla, habíamos pasado varias generaciones de empleados, la silla seguía ahí.
Había un cartel donde una multinacional ofrecía bomba de chocolate con helado de crema a domicilio. La felicidad al alcance de la mano y mejor: para disfrutarla solo. Recordé una encuesta que se había hecho en Canadá. La pregunta era qué elegiría si tuviera que prescindir definitivamente de una cosa: el chocolate o el sexo. La mayoría prescindiría del sexo, decía la encuesta.
Probablemente no les faltaba razón a los encuestados. El deseo podría ser una sensación provocada por un estímulo químico, endorfinas o algo así, por ende suministrable por una barra de chocolate. Mejor aún: por una píldora. Llegaría el momento de la historia en que nos administraríamos el deseo con dosis calculadas bajo prescripción médica. La cultura era capaz de eso, de suplir el sexo por un chocolate. De bajas calorías, óptimo.
Traté de pensar que esos lugares que transitamos alguna vez pensando que serían eternos estaban en algún lugar, la energía se transforma. Dónde estaban? Una amiga me contaba que no entendía dónde iban los teléfonos celulares, las PC, todo lo que el consumo deroga cotidianamente. Dónde iba todo eso? A China, dice Ambito Financiero. Respuestas concretas de periodistas pragmáticos.
Por mi parte, opté por pensar en que estaban en el aire. El aire que me había traído a Narciso, el aire que también me lo había llevado. Sin dolor, sin estridencias. A cambio de bombas de chocolate con helado de crema.

lunes, 30 de abril de 2007

ESCENA EN UN CENTRO COMERCIAL

a emma

llueve una madre en un supermercado
atestado de urracas y cabezas de perro
la ve colgada le dice cuidado tantas veces cuidado
y ella no cuida nada
no hay columpio
hay un cartel donde un órgano fiscal indica
no se vaya sin su factura
y ella
sus ojos nachinos manos breves feliz saltasaltasalta
me lee una frase
me regala lo mejor de ese día
madre llueve llueve la pena de no tenerla cerca
todo el tiempo porque las preocupaciones
es verdad la ternura tiene ojos de niño
es verdad dijo el comandante hay que ser fuerte
sin perder la ternura, dijo eso o algo así
unos chicos de quince, un teatro, el comandante
vivo y con frenos en los dientes
ahora vas a saber muchas cosas del mundo, le dije
no es necesario que alguien elija tus libros
los descubrís vos sola, dije empañada toda
íbamos por una galería llena de zapatos
mi mano cuenco húmedo
húmeda yo la madreselva
hija mía ojos del color del mar

viernes, 27 de abril de 2007

LOS EXCURSIONISTAS IV- VESTIDOS BLANCOS

En el campo hay una extrema luz y todo vive. Una alfombra verde cardos sílabas caballo. La casera baila en puntas de pie y todo el tiempo olor a pan. Ríe. Calio lleva unos huesos. Es así con él, es tan medusa a veces cuando quiere cuando está de buen humor y su risa es de llaves.
Tomaré lo que pueda y escribiré hoy la puta nota, diré que el director está caduco, que mejor cuando no filmaba por encargo de los jerarcas de hollywood. Diré eso y otras cosas. Que no paguen. Que hagan lo que quieran. Pero nadie puede negar que Scorsese era el de antes.
El pollo al vino es delicioso, sobre todo me encanta coq au vin, saltan esas tres, no es igual que cocován mucho menos que pollo al vino.
Increíble la casera. Cuenta historias, me cuenta de cunas y de niños arropados. Pero no duele no. Las dice de una manera, salta sobre sus tacos de palabra en palabra, sabe titiquear sobre esos zapatos que no están.
El día es largo en el campo y uno puede pasear en una volanta color petróleo cuando quiere. Vivir en el campo es una atribución que me daría con gusto, sí. Lejos las nubes rojas.
Narcisa parece de nuevo ella. Berta sonríe al fin. Calio duerme callado duerme.
Hay un cerezo, creo. El caballo no sabemos. Hay paz de agua, de océano final.
La hierba parece tener un olor también. Deberíamos tener vestidos blancos.
Sabía que alguna vez dejaríamos de estar juntos en este desamparo de los cuatro. Y qué sería entonces sin nosotros? Nadie lo sabe, no. Por eso ahora.
La dicha de esta tarde se desboca también. La boca se desboca. Ser toda boca para él.
Berta insiste en que es un nogal. Yo dudo. No estudié botánica como hubiera debido.
La noche en el campo tiene miles de estrellas.

sábado, 21 de abril de 2007

LOS EXCURSIONISTAS III- LAS PESTAÑAS

Salí de mi trabajo muy tarde y sólo quería llegar a mi casa, sacarme el vestido y meterme en la bañera, quedarme allí todo lo que quisiera.
Puse un disco de Stan Getz.
En mi habitación me senté frente al espejo y empecé a sacarme el maquillaje, disfrutando del roce del algodón en mi cara. Era especialmente plácido sacarme las pestañas. Cuando empecé a trabajar en la perfumería me resultaba ridículo que me hicieran usar pestañas postizas. Pero después advertí una profunda sensualidad en el acto de poner o sacármelas.
En eso estaba cuando llegó Manuel, malhumorado porque había ido sólo un alumno a la clase de buceo y así, decía, las cuentas no cerraban. Ropa mojada que sacaba del bolso azul y cuentas que hacía en el aire. Esparcía antiparras, mallas, todo húmedo por todos lados. Yo seguía en el espejo con las pestañas.
Manuel seguía con las cuentas y yo veía la habitación llenarse de ecuaciones y raíces cuadradas mientras las pestañas. Enseguida pasó, como era previsible, al tema de mi carrera.
El “tema de mi carrera” consistía en una compulsa ancestral que teníamos, como tantas otras. Yo había hecho la licenciatura en ciencia política. Después de haberme graduado, había vivido dos años en Madrid, yendo acá y allá. En Valencia había hecho el instructorado de buceo en el que conocí a Manuel.
Volvimos a la Argentina, alquilamos un pequeño club abandonado que fuimos restaurando e instalamos la escuela. Al principio daba clases de buceo y de natación, como él. Yo consideraba que estábamos bien, pero Manuel quería comprar el club. Entonces dejé las clases porque él decía que era mucho dos profesores.
Empecé a trabajar en la perfumería de un centro comercial, a pesar de la opinión de Manuel que quería que siguiera buscando trabajo de lo mío. Quería que dejara la perfumería y me pusiera con la carrera. Lo decía así. Y yo no lo hacía porque esa posición de él era completamente seudo y sobre todo porque no se me daba la gana. No tenía interés en probar que podía hacerlo; no era sumisión, no me importaba la plusvalía. Disfrutaba las pestañas, los perfumes, las charlas vacías con las señoras clientes. Punto.
Como otras veces, discutimos. Yo no tenía ganas de eso en mitad de las pestañas.
Lo dejé hablando solo, sin pantalones. Estaba bien así, él nunca los llevaría.
Llamé a Calio para hablar de nada y me dijo que se iba al campo a trabajar en la tesis. Le dije que iba con él. Armé la valija y le avisé a Manuel que al día siguiente me iba.
El sábado me levanté a las siete, dejé una nota y salí. En el trayecto llamé a Narcisa y le conté.
A pesar de la resistencia opuesta por Calio, fuimos los cuatro.
Llegamos y nos recibió una casera muy simpática. Me recordaba a alguien, pero no sabía a quién.
Almorzamos coq au vin que preparé y estaba riquísimo, todo con un pinot noir que había llevado Narcisa.
A la tarde dimos un paseo en una volanta. Fue un poco accidentado, porque a Calio se le desbocó el caballo, pero nos tiramos del carro y nos moríamos de risa. Calio se durmió y Narcisa y yo nos reconciliamos por fin. A la vuelta vimos un nogal, pero Anka decía que era un cerezo.
A la noche Calio se dedicó a la tesis porque había perdido todo el día y Narcisa le hizo compañía. Anka se durmió enseguida. Yo no tenía sueño.
Pensaba en lo que había dicho Manuel la noche anterior. En la habitación había un espejo corroído por el tiempo y la humedad. Había llevado algunos vestidos y las pestañas, y en ese momento entendí por qué.
Me senté frente al espejo. Delante de mí dispuse los maquillajes y las pestañas.
Primero base, fina, casi imperceptible. Después, sombra ámbar, como Esther. Rimmel en las cejas. Había unos pliegues que no había notado.
Manuel decía que tenía que ponerme con mi carrera porque todo tenía un tiempo. Lentísimo, en una suspensión del tiempo, yo me ponía las pestañas. Una a una. Entonces me vi. No estaba vieja, pero los pliegues seguían ahí. Todo tenía un tiempo y yo no tenía registro del tiempo, había dicho Manuel.
Ahora veía las arrugas de mis párpados y pensaba que Manuel tenía razón: yo no tenía registro del tiempo. Mi cuerpo sí lo tenía, era obvio.
No era fácil saberlo. Me saqué las pestañas. Con crema de almendras retiré el maquillaje. Esa que estaba ahí ahora no era yo. Yo era la otra, la de las pestañas.

viernes, 20 de abril de 2007

LOS EXCURSIONISTAS I- HELIOS

Encontré al director de mi tesis y conseguí una prórroga de una semana para entregar el proyecto en la facultad. Me dijeron que era la última.
Sabía que era imposible, no llegaba porque además tenía que vivir. La única posibilidad era la reclusión en algún lugar lejos de todo. El campo sería un buen lugar.
Busqué en la red y encontré una finca a unos cien kilómetros. Cerré el trato. Partiría al día siguiente. Estaba preparando un equipaje perentorio cuando llamó Berta. Enterada de la excursión quiso acompañarme. Había discutido con Manuel. Acepté de mala gana con la condición de que no me molestara, porque tenía que trabajar. Prometió no hacerlo.
Al día siguiente apareció con una valija y la noticia de que Narcisa y Anka se habían enterado –lo dijo así, en impersonal, como si ella no tuviera nada que ver- y querían ir. Insistí con que tenía que trabajar. No había terminado de decirlo cuando en la puerta aparecieron Anka, Narcisa y dos valijas más. Me resigné: sabía que si era una, eran las tres.
Dos horas más tarde estábamos en el campo.
Nos recibió la casera, una mujer que era una Tina Turner rural, se le parecía mucho y caminaba de la misma manera entre los fardos y las gallinas. Era una casa húmeda, demasiado oscura, con habitaciones amplias y una cocina enorme. Pero había algo muy agradable en el aire y olía a pan horneándose. Por una ventana que daba al oeste se podía ver el fin de la tarde.
Las mujeres se organizaron en una habitación y yo quise una para mí solo. Instalé mi notebook, algunos libros y la valija. Dejé a mano los discos.
Quería terminar las notas que había dejado inconclusas la noche anterior. Escribí un par de horas hasta que un olor conocido llenó la habitación.
Fui hasta la cocina. Berta preparaba su especialidad, que ella llamaba coq au vin y para mí era sólo pollo con vino. Las tres estaban de buen humor, Tina iba y venía caminando sin sus tacos aguja pero como si los tuviera y me acodé sobre el mantel de hule, mirándolas a las cuatro, en compañía de mi vaso de vino.
Almorzamos los cinco, el pollo estaba como nunca antes y pensé que tenía que seguir trabajando. Pero Tina nos ofreció un paseo en la volanta.
Berta preguntó qué era la volanta. Narcisa no esperó la respuesta, quiso ir. Anka, la única que sabía qué cosa era, me pidió que condujera. Para mí no dejaba de ser un orgullo que alguna de las tres por fin reconociera mi habilidad masculina. Entonces acepté.
Mi desempeño era digno. Hasta que en un momento Berta gritó que miráramos algo, yo quise mirar y olvidé la firmeza con que debía mantener las riendas. El caballo se enojó o algo así y empezó a galopar, mientras yo trataba de retomar el control voceando como Helios en su carro dorado. Escuchaba las risas de las tres y grité que se tiraran, esperando que no lo hicieran. Lo hicieron. No me quedó otra posibilidad que tirarme, un poco espantado pero asumiendo mi condición de varón.
Quedamos los cuatro sobre la tierra húmeda, de cara al cielo. La luz de la tarde me recordó el lago en que navegaban Alicia y Carroll.
Me despertó Narcisa. Caminamos hasta que encontramos nuestro medio de transporte pastando como si nada. Volvimos a la casa y Tina nos preguntó si estábamos bien.
Volví a mi habitación para trabajar y lo conseguí finalmente. Más tarde Berta me avisó que iban a cenar, pero no tenía hambre, había perdido demasiado tiempo y le dije que no me esperaran.
Estaban en la cocina pero no las oía. Puse un disco de Madre Deus para no distraerme y seguí.
Tenía sueño. Narcisa se asomó y preguntó si necesitaba algo. Le pedí café.
Volvió con café y un libro de Chesterton. Se quedó leyendo mientras yo trabajaba.
El sueño me vencía y Narcisa seguía trayendo café, asistiéndome como una madre, empecinada en que siguiera trabajando toda la noche. Yo no podía más, quería dormir un rato. En algún momento debo haberme dormido y soñado, o tal vez imaginaba, a Narcisa sacándome los hilitos. Eso era lo que hacía mi madre cuando era un niño y no tenía sueño: me acariciaba la espalda y después me arrancaba hilos imaginarios, con una paciencia que sólo ella, hasta que me dormía.
Pero ella seguía leyendo y yo la miraba. Daba la vida porque ella me sacara los hilos uno a uno, mientras yo mirara las estrellas en el recuadro de la ventana, como si fuera lo único que había que hacer esa noche.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien, a mi pedido, había repetido lo de los hilos. Quería pedírselo a Narcisa.
Me disuadí a pesar de las estrellas. No era adecuado pedírselo. No porque no lo hiciera, sin duda lo haría por mí. Pero estaba seguro de que después de eso pediría a cambio alguna cosa que yo no podría cumplir. No sabía qué podía ser, cualquier cosa del mundo, desmesurada, o irrisoria, pero seguro algo completamente fuera de mis posibilidades. La conocía bien. No le pediría lo de los hilos.
Pensé en Berta o en Anka. Pero inmediatamente dejé de lado esa idea. Berta no lo haría, me increparía con alguna arenga de género, me acusaría de pretender el servilismo femenino, etcétera, además había discutido con Manuel, lo que colaboraba con su trinchera de fémina despechada.
Anka tampoco. Quedaría mirándome en silencio, haría un gesto de los de ella, como un Clark Gable en aquellas películas, fumando hasta que yo le hablara de otra cosa.
Narcisa levantó la cabeza del libro y me sonrió. A mí o a Chesterton. Le dije que iba a dormir un rato. Hizo un gesto con la mano hacia la cama y siguió leyendo. Su habilitación fue a disgusto, lo sabía. Pero me acosté, haciendo como que dormía y esperando, absurdamente, como si lo de los hilos fuera a suceder mágicamente, sin haberle dicho nada y por ende sin tener que hacer nada a cambio.
A los diez minutos salió de la habitación, llevándose el libro.
Me dormí sin hilos, recordé la cara de mi madre en el cielo sin diamantes, con algunas de esas estrellas que estaban ahí.

domingo, 15 de abril de 2007

LOS EXCURSIONISTAS II - LA RESPIRACION

El sábado me despertó el teléfono a las siete de la mañana. Berta me invitaba a ir al campo, nosotras y Calio. Pregunté si podía invitar a Anka y me dijo que por supuesto. Acepté, sin demasiadas expectativas. El último tiempo estaba como desenfocada y me parecía que hasta Calio estaba distinto.
Seleccioné unos vinos, libros, algo de ropa. Partimos en el auto de Calio.
En el viaje pensé en las ausencias, en todas mis ausencias, una a una. Lo perdido. Me preguntaba qué iba a perder todavía. Me corregía: qué es lo que se pierde. La respuesta es sencilla: lo que se tiene. La pregunta, tal vez, es cuándo. Nunca se pierde a tiempo. Se pierde con impiedad, inoportunamente. Se pierde exactamente lo que se ama. De alguna manera estaba ahí porque a ellos los perdería alguna vez y quería tenerlos cerca, aun cuando estábamos un poco raros y a veces era tedioso.
Pero llegamos y el día era apacible, me gustó la casa y sobre todo la casera que nos fue a recibir, como si nos conociera de antes.
Al mediodía Berta me dijo por fin la receta del coq au vin mientras lo preparaba. Yo no lo haría como ella, pero lo iba a intentar.
Por la tarde fuimos a dar un paseo en una especie de carro tirado por un caballo, que la casera llamaba la volanta. A mí me parecía un nombre presuntuoso.
Calio se puso a conducirlo, al lado iba Berta. Atrás, Anka y yo. La casera nos dijo que tuviéramos cuidado pero Calio la tranquilizó exteriorizando una solvencia que sabíamos no tenía.
Se ató unos hilos de yute en las muñecas y en los extremos unos huesos que encontró por ahí, hacía unas invocaciones en un idioma propio, a los gritos, ante la casera que parecía muy divertida con el cuadro. Anka y yo nos aferramos al asiento y Calio estaba hermoso con el pelo al viento. Yo no entendía que decía, pero en un momento dijo que nos tiráramos. No entendía nada y me tiré del carro. Berta y Anka se tiraron también. Después Calio.
Los escuchaba reírse.
Me llené de cardos y me dolía un poco el brazo. Estábamos los cuatro tendidos en el suelo.
Quedamos ahí en silencio. Calio dormía.
Apoyé la cabeza en su pecho. El inspiraba y espiraba. Me abandoné a esa marea cálida y por fin tuve un alivio, una isla silenciosa en la que me hubiera quedado la eternidad, si fuera posible ese equívoco del tiempo.
Estuve unos minutos ahí y no llovía pero era como si el agua me diera en la cara como una magdalena lenta y asombrosa y lavara las heridas de los últimos días, se llevara la lágrima que empezaba a correr ahí, y que sequé instantáneamente porque no quería que lo supieran.
La mano tibia de Berta se apoyó en la mía. No dejaba de asombrarme por estas cosas, aunque sabía que con ellos era así.
Yo amaba de ellos tres la posibilidad del silencio. Cada uno de los tres a su hora sabía cómo no decir lo que había que callar.
Amaba de ellos eso y otras cosas, pero sobre todo sus poderíos sobre el silencio.
Lo hubiera llorado ahí todo, desde mi primera rodilla raspada en primer grado hasta los cactus secos. Inexplicablemente eso aliviaría la sed.
Pero en cambio pegué un beso apurado como una pequeña estampilla en la mano de Berta, como saldando las diferencias de los últimos días en los que la dejé sola por un tipo efímero y confuso al que se llevó el agua sin la más mínima piedad, y en los que ella hizo lo mismo refugiándose en su Manuel y en su lámpara cuando más la necesitaba, dejando en su lugar al comisionado Calio, que amablemente se avino a explicarme el principio de Arquímedes cuando yo, era evidente, me estaba hundiendo.
Anka estaba sentada fumando, mirando un punto lejano. Con ella no hacía falta ese contacto del cuerpo. Tampoco ella lo soportaría. Pero era, de los tres, la reina más absoluta en los predios del silencio; había estado conmigo a su ánkica manera, contándome la última película de clase B que tenía que comentar para el periódico, después nos quedábamos las dos calladas y ella describía el cuerpo de algunas palabras para mí sola, para que pudiera verlas en medio de mi ceguera.
Me levanté y sacudí a Calio. Apuré la partida poniéndome a conducir la volanta porque Calio no terminaba de reaccionar y las otras dos hablaban de un nogal, de si era nogal o no, y en tal caso, que especie sería. La que hablaba era, por supuesto, Berta, porque Anka sólo miraba el árbol como si de él fuera a caer una fruta, como en el cuento de Newton.

domingo, 8 de abril de 2007

ANNE

"A Anne, mi mujer, sin cuyo silencio
este libro nunca se hubiera escrito."
Philip K. Dick, El hombre en el castillo.


él cueva de sí Hermes
ella su austeridad de pinos
oscuro vestido para no distraerlo
el agua casi hierve en la pava de hierro
ella le sirve un té
uno solo eterno
en la idéntica taza
y saben a él todos los rincones de la casa oscura
(aún más oscura que el vestido de ella)
oscura óscula donde besos había
ahora palabras ruedan por el cuarto
espera la ronda de besos huida
silencio
buenas noches, herida
y le roza la frente
piensa ella mañana
mañana tal vez

viernes, 6 de abril de 2007

WATERBOY

El miércoles fui a nadar.
Berta y Narcisa no estaban.
Cuatrocientos metros y vestuario.
En una de las duchas estaba Waterboy. Lo saludé y abrí la que estaba a su izquierda.
Le pedí prestado su champú aunque había llevado el mío porque quería hablar con él. Había salido con Narcisa y básicamente tenía curiosidad por saber qué había pasado, porque ella no me había dado detalles y yo no quería preguntarle a Berta.
Waterboy devino mi única fuente, mojado e indefenso.
-Así que tres sets a Claudio –le dije.
-Ah, sí, ayer –contestó y supe que ya estaba. Seguí preguntando sin interés genuino en su variada actividad deportiva y fui bordeando periféricamente la pregunta final.
-Y con mi amiga qué?
Quedó serio.
Waterboy. Así le decía Narcisa. Para Berta, en cambio, era Barbazul, porque lo habíamos visto con la potrada más sintética del club y cada una de las potrancas había desaparecido después de haber sido vista con él. Desaparecían de la piscina, de la cancha de tenis, del bar. Berta decía que no las mataba, sino que las aburría y ellas preferían cambiar de club antes de volver a salir con él. A mí me parece que, como siempre, exageraba.
Cerró la ducha y se secó.
-Está loca, me parece –dijo mirando mi reacción y yo le devolví el champú en un gesto neutro.
-No sé nada –dije, habilitándolo.
Me contó que la había invitado a salir. No explicó por qué.
Yo esperaba la justificación para esa excepción. Evidentemente Narcisa no formaba parte del elenco pulposo, no daba con el tipo de Waterboy. En una simulada complicidad masculina le pregunté qué le había visto a mi amiga. Dijo que al principio le había parecido divertida, que lo hacía reír.
Que lo hacía reír. Qué le habrá dicho satanasa a este pobre tipo en envase apolíneo.
Me dijo que habían salido; que ella había propuesto un bar que él no conocía que estaba cerca del puerto. A él eso le había parecido un programa distinto y le pareció bien. Yo tenía la sensación de que ella era el espécimen que faltaba en su insectario, que en realidad a Waterboy le daba lo mismo todas, o cualquiera, y que, aunque Narcisa no era del muestrario baywatch y decía cosas un tanto extrañas, era del club al fin y al cabo.
Siguió diciendo que en el bar ella tomaba y tomaba, y empezó conque quería sentirse sucia. El no entendía a qué se refería con eso de sentirse sucia, pero le pareció algo auspicioso para esa noche. Pero que no lo fue, porque en algún momento en que él volvió del baño la vio en una mesa con tres tipos enormes, ella totalmente borracha tirándose encima de cada uno, los tipos con sus manazas por todos lados.
Me explicó que él no era celoso en absoluto, menos de ella que era bastante desconocida, pero que le parecía que estaba en juego su seguridad y que debía sacarla del bar. El no había tomado mucho, pero los tipos estaban borrachos también y eran muy grandes. Que al fin fue a buscarla a la mesa, los tipos no se opusieron, lo miraron con ojos de borrego desvahído y ella se dejó agarrar del brazo hasta la salida del bar.
Reconoció que no había sido amable con ella, pero que quería llevarla hasta su casa y no pudo, porque ella paró el primer taxi que pasó, no le dijo ni chau y se fue.
-No parecía tan puta tu amiga.
Ah, mi buen Waterboy, no podrías entender a la dama negra. Yo no iba a explicarte nada, era inútil. Además no valía la pena, no te interesaba en lo más mínimo. Y hacías bien porque esa uva, Waterboy, jamás sería tuya. Es verdad que no era de nadie. Pero tuya jamás jamás.
Salí del vestuario y llovía. No podía dejar de pensar en Narcisa subiendo al taxi, en Narcisa sola en el taxi mientras el taxista la miraba desde el espejo pensando ay ay ay, sola al filo de la noche sola y yo en qué lugar que no estaba para un rescate ínfimo, explicarle una vez más que es así y que para todos es igual, que no tenía sentido volver a eso, que en algún momento llovería y mientras tanto había que hacer lo que se pudiera con el agua potable.

martes, 3 de abril de 2007

NUEVAS CARTAS (arrimadas por Amanda en sobre de hule con flores violetas)

* Malibú recibió insular y quedó perpleja
Arenque,
algún altercado me produce tu extraño insular, porque me he esguinzado tanto este tiempo que no encuentro la manera de sopesar la ventaja. Entonces esos cráteres no eran casuales?
Malibú.

*Reproche entre ex cónyuges separados de hecho

Aristo,
Ha visto?
Esteca.

*Los cumpas

Jorge:
Te pido que me envíes por encomienda el pack de señas, de lo contrario sigo último en el truco.
Costa.

lunes, 2 de abril de 2007

BLAS

Llegó con una valija de plástico y dijo hola, soy el Capitán Nemo. Quería jugar a la batalla naval y había traído diez o doce grillas con los submarinos predispuestos y de dos clases: azules y amarillos. Me asignó, en una ceremonia mínima y silenciosa, los amarillos.
Empezamos a jugar y lo dejé hacer. Mis submarinos sucumbían con velocidad pasmosa: el capitán era memorioso. Todos lo fuimos a los seis años.
Pero por algo éramos compañeros de juego y yo el menos adulto de los dos; empecé a adulterar mi grilla estudiada de antemano.
Agua. Agua. Agua.
El agua subía y Blas no entendía en qué había fallado.
-No se vale –dijo por fin.
-Por qué no se vale?
-Hay un error.
-Qué error, Capitán?
Claro que no podía explicarlo. Dijo que yo había hecho trampa. Le dije que la trampa sí se vale.
Blas era un caballero, su estatura no lo impedía. No había matado siete de un solo golpe, pero era un caballero y por lo tanto aceptó el ius variandi.
Como siempre, decretó el final del juego cuando se le antojó y guardó sin preaviso sus papeles en la valija que tenía un superhéroe desconocido para mí.
¿En qué momento los superhéroes empezaron a ser desconocidos para mí? Asumí que uno se transforma en un adulto con el primer superhéroe que no conoce. Con eso, también en un adúltero.
Recordé el adulterio de las grillas y quise reconciliarme con Blas, porque era Blas y porque así podría obtener información sobre superhéroes, ganar unas partidas al tiempo, burlar unas pocas de sus maniobras preclusivas.
Pensé en el día en que lo había conocido. Eran las nueve de la mañana y apareció en mi puerta, sus cuatro años todos de la mano de su madre, mi nueva vecina que me pedía si podía dejarlo por media hora, que un trámite urgente y que no podía llevarlo. Blas me miraba con sus enormes ojos azules como si nunca fuera a aceptar mi tediosa compañía, pero a los diez minutos estaba contándome secretos de la vida de los dinosaurios, cosas que yo por supuesto ignoraba. Después venía solo, sin su madre, entraba y tocaba mi vieja consola y decía may day may day, así durante un rato.
Una vez le dije que tenía los ojos del color del mar y me contestó que ya lo sabía, que su mamá le había dicho que. Eso le decía y Blas quería saber qué había en el mar. Entonces se tapaba con una mano alternativamente uno y otro ojo y yo tenía que contarle lo que había esos minimundos acuáticos. En ese hay buscadores de perlas. Ahora pasa un cardumen naranja. Ahí hay ostras que hablan todo el tiempo. Dos buzos amigables. Hipocampos.
El podía estar todo un día con ese juego, pero a mí se me terminaba la población marina en cinco minutos, y él iba a torturar a mis estatuas africanas, que al parecer eran malditas y tenían la voz de una Juliette Lewis mal doblada.
Pero ahora el capitán había crecido, estaba para asuntos más importantes y habíamos abandonado ese juego, con gran alivio para mí porque ya no sabía de dónde sacar pobladores del agua.
Tenía que inventar algo o se iba ofendido. Traje un ajedrez. Blas aprendería las reglas del juego de los adúlteros en ese imperio bicolor.
Yo ubicaba las piezas una a una ante sus ojos más grandes que nunca. Dentro de ellos, una multitud de peces se asomaban a la cuadrícula con asombro explicable: es una guerra que sucede en tierra firme.
Entendió las reglas rápidamente. En eso no nos parecíamos: yo jamás había terminado de entender las reglas del juego de la guerra, ni de las bravas ni de las dulces guerras. Salía de ellas menoscabado y confuso, debía usar patas de rana. En fin, era un completo inepto, porque en la guerra había que saber adulterar y yo no podía hacerlo, por principio tal vez pero básicamente por mi esencial torpeza para saber cuándo patas de rana y cuándo zapatos. Terminaba chamuscado, tumbado en mi trinchera, esperando el rescate de algún comando que llegaba siempre tarde.
Obnubilado por el alfil que podía cruzar todo el campo de una vez o probablemente por su sombrero cónico, Blas desplegaba su estrategia sencilla y efectiva.
Le conté que un peón podía alguna vez ser una dama. Me dijo que ya lo sabía, que Alicia había cruzado todo el país del espejo para convertirse al fin en una dama.
Estaba clarísimo: Blas ganaba siempre las partidas de todo.
Entonces, para no ser menos, en dos jugadas le cedí mi dama, mi dama negra, erguida y digna como las verdaderas damas.
Cuando pensé en esto recordé que tenía que llamar a Narcisa.

martes, 27 de marzo de 2007

HABITACIONES VACIAS

Hoy fui egoísta y pringosa y claroscura. Por qué decía esas cosas no lo sabía. Pero en la manera en la que todos me miraban podía ver que era así, no podía evitarlo y por lo demás para qué evitar qué si igual la lluvia tenía razones que nos eran ajenas, no había qué hacer, ni qué paraguas ni piloto ni botas de plástico amarillo.
Sé de eso. Sed de eso tal vez. Siempre a destiempo.
Tuve tres tajos hoy. Y ni siquiera estabas, durazno azul del tiempo.
Los ejemplares constan en su sitio.
Pero además, fijate, todos duermen. Todos sino yo.
Y llueve tanto. Algunos dejan su casa, disponen pertenencias en bolsitas de supermercado.
Mientras tanto veo sólo agua en las alcantarillas.
Algunos dejan su casa y sus racimos. Pero mi único problema es que se mojan mis zapatos. Sigo: soleros, munafos, anoto todo y vos un no ahí un nunca no siendo.
Hace falta tanto para dos dados, un acertijo y después nada otra vez todo y así sucesivamente, tanto hace falta?
Digo esto porque no encuentro otra posibilidad.
Y no quiero hablar de cuestiones concretas, sombra mía. Para eso tengo certeros señores y hago un esfuerzo.
Pero hoy llueve tanto y tres heridas sabidas de antemano -y digo tres por decir un número y pensar así herida mensurable en algo- y que las urracas se han ido a dormir cómo cierro las puertas si pienso tanto en que hay habitaciones vacías a las que no entraremos jamás.

domingo, 25 de marzo de 2007

EL CUMPLEAÑOS DE BLAS

Llegué a mi casa después de un día sofocante. El director de tesis seguía sin aparecer y quedaban sólo tres días para el de la fecha en que tenía que presentar el proyecto.
En el piso, cerca de la puerta, había una tarjeta en la que se invitaba a Juan al cumpleaños de Blas.
Recordé que Blas no me conocía por mi nom de guerre sino por el de mi pasaporte. Había elegido eso porque para un niño de seis años Juan es más digerible que Calio. También lo era para sus padres que parecían sumamente flanders.
Fui hasta la juguetería que tenía un cartel con un pez rojo enorme: se llamaba El Gran Pez. Supuse que el hombre que me atendió era amante de Burton y no me molestó pedirle un submarino. El lo encontró inmediatamente y yo confirmé mi sospecha, porque no me dio uno verde militar, no los había de ese color. Me dio uno amarillo.
El regalo esperó unos días sobre mi heladera escuálida hasta que me llevó uno cualquiera hasta el 5 C, donde vivía Blas.
Abrió la puerta su padre y nos sonrió, a mí y a mi submarino. Entré.
Expliqué a Blas lo mejor que pude, es decir, en lenguaje naval, que tenía que estar en alta mar para esa fecha.
No quise que supiera que, por amigos que fuéramos, y lo éramos, no estaba dispuesto a pasar tres horas en uno de esos espacios cerrados que los adultos urden para que los niños aúllen, transpiren y devoren dulces, mientras insípidos animadores interpretan los hits infantiles, compuestos por tontos que suponen que los niños, dado su corta estatura, son también tontos. No, no estaba dispuesto. No lo haría siquiera por Blas, mi compañero de batalla naval. Más fuerte que un avión. Blas, héroe de mis noches náuticas entre tanta mujer yéndose al limbo acuático o terrestre por lo que sea, donde sea. Todas se iban alguna vez. Hasta Anka algún día se iría también, se perdería en su Wonderland privado tan tortuoso y tan dulce para ella.
Blas no dijo nada. Sólo gracias, qué buen submarino. El padre miraba al submarino como con ganas de tener uno. Me ofreció algo para tomar y acepté.
Entonces estábamos mi vecino y yo tomando cerveza, que acepté sólo por cortesía porque en realidad no me gustaba, tal vez la espuma. Me molestaba la cerveza.
Blas jugaba con el submarino como si fuera una vaca, lo miraba fijamente como si tuviera ojos, a cinco centímetros, y mugía a lo que sería la cara de la vaca-submarino.
La madre de Blas trajo aceitunas.
En la biblioteca había películas. Pude ver que al padre, tal vez a la madre, probablemente a los dos, les gustaba Wes Anderson. Una vez más me detesté por prejuicioso, me sentí un rambo intelectualoso, desubicado y lleno de prejuicios. No importó. Ya conocía esa sensación.
-Le gustó el tiburón jaguar? –dije sabiendo la respuesta.
El padre sonrió.
-Sigo esperando al tiburón jaguar –dijo.
Empezamos a nadar.
La cerveza me gustaba un poco más. Y Blas escupía carozos a dos metros del cenicero, sin conseguir que llegaran hasta ese sitio. Cada carozo iba a dar al piso y Blas gritaba “agua”. La madre traía más aceitunas sin preocuparse por los carozos.
Pensé que los flanders no lo eran tanto y que tal vez la vida familiar guardaba secretos desconocidos por mí.
De Anderson llegamos hasta Fesser. No sé cómo fue la excursión, pero era agradable estar ahí, con la luz de la lámpara, los carozos, Blas y el submarino olvidado en un sofá.
Tenía que volver a mi casa, llamar al director. Como no quería una familia, tampoco quería teléfono celular. Todo era lo mismo: se exhibía en catálogos, se adquiría para consumo.
Debía empezar a tener esas cosas? Todo el mundo tenía una familia, cumpleaños infantiles, teléfonos celulares, zapatos de diseño. Yo, nada de eso, me obstinaba en las patas de rana, en la batalla naval con Blas, en mis amigas intocables.
Debía concordar con Manuel, con Waterboy, con mi vecino y con los zapatos? Dejaría así de doler todo en esos momentos en que todo dolía?
Acordé con Blas una partida para el día siguiente. Le dije que mi incursión marina iba a ser efímera.
En esa promesa a mi amigo buscaba prometérmelo también a mí: que iba a nadar sólo durante un tiempo más. Después tal vez dejaría que mis submarinos vuelvan al mar y anclaría un tiempo, viviría tranquilo con zapatos.
Viviría tranquilo con zapatos. Esa era otra promesa, pero no era posible. Era más factible pensar que algún día encontraría al tiburón jaguar.