jueves, 24 de enero de 2008

LA CONSIGNA

Manuel seguía de viaje y yo tenía todo el tiempo para mí. Pasaba horas en la bañera, ponía sales y velas y leía poemas de Orozco y Pizarnik. La consigna era no pensar en nada, dedicarme sólo a mí y después, sólo si me quedara algo de tiempo, a mí de nuevo.
Empezaba el fin de semana y me había levantando temprano. Abrí el diario. Busqué la sección de espectáculos. Teatro: H2O.
Podía llamar a Juan, le encantaba el teatro. Era una buena excusa para llamarlo. Quería hablar con un hombre de mi situación con Manuel y Juan era el indicado. No Narcisa con su agua de lluvia, ni Calio con su machismo antropocéntrico importado de Chile. El indicado era Juan. Era sensible. En realidad Calio lo era, pero había tomado cierta distancia del tema que yo atribuía a la pertenencia a la cofradía masculina, porque si bien Manuel y él no eran amigos, Calio tenía principios y no se pondría en contra de su congénere. Además si no eran amigos era porque Manuel tenía celos o algún tipo de sentimiento que lo hacía ponerse erizo cuando estaban mis amigos.
Juan era sensible y probablemente gay, lo que colaboraba con la causa. La consigna era un punto de vista lúcido, no un romance inoportuno ni una crítica inadecuada. Estaba demasiado susceptible como para aceptar críticas.
-No tiene teléfono. No usa –dijo Calio- Te doy su correo electrónico.
Claro que no usaba. Por eso estaban tan amigos con Calio. Tendría razón Manuel cuando decía que todos mis amigos eran snobs? No. No era el momento de darle la razón a Manuel.
No antes de tener una opinión neutral. Esa era la consigna.
Me contestó el mail a los diez minutos y quedamos en encontrarnos después de mi trabajo.
Faltaban quince minutos para el fin de mi semana laboral. Yo escuchaba a una Shirley que con voz de gallina me explicaba que en su línea aparecía todo el tiempo un tal Brandon y ella no podía comunicarse con ningún número sin que apareciera Brandon. Yo tenía ganas de decirle que se echara un buen polvete con Brandon y se abonara a otra empresa, pero no podía entonces I’m sorry ma’am but I’m not able to help you right now cuando lo vi parado detrás del vidrio, me saludaba y decía algo que debía ser está bien, te espero.
En la obra había unas mujeres en traje de baño y con antiparras, hacían movimientos tipo danza acuática y decían un texto terrible. En el programa se explicaba que la autora era de Santa Fe, que se refería a la inundación que había ocurrido allí y que el director había trabajado en una pileta de natación con las actrices que decían el texto desde la pileta. Así había nacido la obra.
Cuando terminó fumamos un cigarrillo a medias.
-"Sí. Todo ha cambiado. Hay una visión anterior a Rank y una natación posterior a Rank. ¡Tal vez por fin me ha llevado a nadar en la vida en lugar de coleccionar acuarios! Los acuarios llevan el sello de la inmovilidad. Un amor por las cosas tan grande y posesivo que me ha inmovilizado de terror”- me dijo.
-Quién es?
-Anaïs Nin.
-Lindísimo –cerré y nos quedamos en silencio hasta que se terminó el cigarrillo.
Fuimos al bar del puerto. Sonaba Around midnight, una versión de Ligia Piro.
-Lindísimo –volví a decir.
Todo me parecía lindísimo. Estaba perdiendo de vista la consigna y no podía permitírmelo. Pedimos martinis. Un chico pasó y miró descaradamente a Juan. El le sostuvo la mirada.
-Es Bajofondo, no? –dijo.
-Mardulce. Tema 15.
Como no dijo nada volví a decir lindísimo. El también era lindísimo.
-Qué hora es?- preguntó.
-Las doce y cinco.
-Deberías decirme feliz cumpleaños.
No le creí. No podía ser su cumpleaños. Era como Calio o quería serlo, no podía saberse si decía la verdad o jugaba. Estuvimos quince minutos así, yo sin creerle y él diciendo igual no importa pero sí es mi cumpleaños.
Al final le dije feliz cumpleaños y como regalo le leí las líneas de las manos, inventando lo que pude, él riéndose y yo apartándome de la consigna.
Qué hacíamos él y yo, dos extraños en el día de su cumpleaños, creyéndonos los absurdos planes para el futuro que disponía el mapa de su mano. Dos soledades en una pequeña isla del mar dulce sonando. Qué hacían todas las soledades del bar, todas las soledades de la noche. Entendí por qué se había acercado a nosotros la noche del teatro. Me sentí triste como un modigliani. Me venían unas lágrimas y no las quise, las puse en los dedos de mi mano derecha y los dediqué a hacer girar el anillo de Juan.
No quise preguntar cuántos años cumplía. Eramos jóvenes, pero yo tenía posibilidades de ser una mujer sola y él era un chico gay. No era conveniente el tema.
Ya estábamos demasiado mareados como para empezar con la consigna. Salimos y lo invité a dormir en mi departamento porque el suyo estaba como a una hora.
-Por ser tu cumpleaños te presto el sofá –le dije mientras improvisaba su dormitorio en mi living.
Fui a preparar café. Cuando volví con las dos tazas estaba dormido. Las dejé nuevamente en la cocina.
A la mañana Juan no estaba. Había dejado una nota que decía “Gracias por la noche y las ficciones”.
No había cumplido la consigna, pero no importaba. Busqué mi copia de Mardulce. Llamé a una mensajería y envolví el disco en papel celofán. A los quince minutos apareció el chico de la moto.
-La consigna es que llegue hoy –le dije.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

veo veo que estás muy productiva, lo celebro, besos, vero.

amanda dijo...

Sigue acá Negrointenso? Qué bueno! Un gusto para mí. Un abrazo. Amanda.