jueves, 24 de enero de 2008

SIN FE

No podía dejar de pensar en lo que me había dicho Waterboy.
No podía esperar la oportunidad, tenía que buscarla.
Fui hasta el club y esperé en el bar hasta que lo vi a Manuel. Fui hasta él.
-Qué pensás hacer con Berta? –dije.
-Esta noche no puedo. Pero hablá con ella.
-No, no hablo de esta noche. Me refiero a si vas a seguir con las dos.
Mi miró sin sorpresa. Me siguió mirando como si esperara que yo siguiera. Era una mirada neutra. Como si no importara nada de lo que estaba diciéndole. Después miró el ficus, se detuvo ahí como si yo no estuviera. Hasta que por fin me dijo que tenía una clase y se fue.
Tenía estrangulado el estómago. Quedé desalentada, sin poder moverme, sin saber qué hacer. Vi que eso era lo que Berta llamaba su violencia omisiva. Nosotros la descalificábamos: Manuel es todo lo contrario de un tipo violento. Pensábamos que era a la inversa, si la violencia existiera entre ellos sería detonada por Berta. Manuel imposible.
Y ahora yo podía ver esa violencia sofisticada en la manera que Manuel tenía de negar, de no decir como un mecanismo que permita no reconocer ciertas realidades.
Porque podía pensarse que el silencio obedeciera a que en realidad Waterboy inventó y mi acusación fuera infundada y Manuel, que es todo un gentleman y no maltrataría a una amiga de su novia, no dijera nada por educación, por sentido cívico. Pero ese razonamiento no explicaba su incolumidad gestual: ni un atisbo de sorpresa ni de indignación.
Tenía que ser verdad.
Los días siguientes conviví con un desaliento invencible. Estaba sin fe. Como el tango. Tarde me di cuenta que al final se vive igual mintiendo. Porque si bien era Manuel y no alguno de mis amigos, el episodio conseguía que yo cayera en esos lugares en que perdía la fe en la humanidad. No es que me considerara impoluta ni se trataba de un juicio de tipo moral, era sólo que no podía entender, dentro de las tantísimas cosas que no lograba entender, cómo se podía vivir mintiendo. No odiaba a Manuel, no me compadecía de Berta. Era sólo que no podía entenderlo.
No tenía ganas de hablar, ocupaba el tiempo trabajando, me llevaba trabajo a casa y lo terminaba para el día siguiente. En un momento en que entré al despacho del jefe me preguntó si estaba todo bien.
-Sí, todo bien –le dije.
-Querés hablar? –preguntó.
-No, está bien, gracias –le dije sonriendo. Mi jefe era un buen tipo. Tanto lo era que se preocupaba cuando sus empleados estaban en la etapa más productiva. Podía contar con él, eso era suficiente para mí y esperaba que él lo supiera sin que dijéramos nada.
Unos días más tarde Manuel me llamó por teléfono.
-Hacé lo que quieras –dijo- Decile. No le digas. Lo que te parezca. Lo único que espero es que tengas en cuenta que yo ya no existo para ella, le da lo mismo que esté o no. Hace tiempo que es así.
Es así. Manuel habría dicho “es así” como Waterboy y optado entonces por las alternativas disponibles sin mayores disquisiciones? O, agotado por la indiferencia de Berta, por su permanente desdén, por la irrecusabilidad de la agonía habría optado por ese modo solapado de llamar su atención o de dejar en sus manos la decisión que él no podía tomar? Porque entre las cosas que yo no podía aceptar estaba la posibilidad de que Manuel ya no estuviera enamorado de Berta. Cómo no iba a estarlo? Manuel vivía por ella, todo lo que hacía pasaba por el tamiz Berta, le consultaba hasta lo más mínimo, la trataba como si ella fuera su bien más preciado.
Cómo era entonces que Manuel le mentía. Le mentía con asiduidad, tocaba los brazos de la otra, le acariciaba el pelo, la desnudaba en el vestuario, y después hola Berta, le pellizcaba el cuello como hacía él cuando tenía hambre, me voy tengo una clase y es tarde. Cómo era que Manuel mentía como todos. Era Manuel sí pero yo seguía con indigestión.
Esa noche no podía dormir. Tendría que medicarme? Decir “es así” y apelar a la alternativa química? La infidelidad de Manuel era eso: es así, y la alternativa química.
Yo no quería anestesiarme. No podía ni aunque hubiera querido. No quería para mi vida ni mentiras ni pastillas para dormir. Todo eso hacía que estuviera sin fe. Tanto que no quería siquiera ver a Calio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

amanda: veo que estás muy productiva, lo celebro, escribís muy lindo, besitos, vero.