Tenía un mensaje de Narcisa que decía: “A las seis en lo de Berta”.
Hubiera preferido ir a nadar, pero estuve a las seis en punto.
Me abrió la puerta Anka y dijo un hola neutro, como siempre. Estaban las tres en la cocina. Berta dibujaba rombos. Narcisa me miró completamente S.O.S.
Berta decía no sé, no tengo idea. Silencio. Yo tampoco tenía idea.
-Hay té para mí? –pregunté porque nadie me lo ofrecía.
Sin entusiasmo Berta sacó una caja donde tenía tés frutales.
-Es el tipo de la perfumería –dijo.- Desde hace un tiempo. Esto no es conmigo solamente. A las otras les pasa lo mismo. Yo no sé qué hacer. A Manuel no le conté porque va a empezar con el tema de mi carrera, además porque para qué. Pero está poniéndose complicado y yo no tengo idea qué se puede hacer. Además usamos un uniforme horrible, no entiendo cómo funcionan esos ratones.
-Complicado –dije por decir algo, porque veía las gotitas que caían sobre los rombos y no lo podía creer, era la primera vez que Berta no sabía qué decir y lloraba. Nunca antes la había visto llorar y no me gustaba no poder decirle nada.
Tomábamos el té y no pedí azúcar. Nadie lo hizo.
Entonces recordé que conocía a un abogado, un tipo despreciable, hermano de un compañero del doctorado. Lo llamé y le pasé el teléfono a Berta, que fue a hablar al balcón.
Quedamos los tres en la cocina. Había organizado lo del abogado para calmar a Berta, pero sabía que no llegaríamos a ninguna solución. Los abogados formaban parte de un andamiaje ilusorio, como las religiones o los parches de nicotina. Era necesario diseñar una estrategia.
Antes de que Berta pudiera intervenir –no tenía certeza de que aun lacrimosa dejara de ser autoritaria- lo decidí y dibujé un cuadrado perfecto entre los rombos.
Cuando Berta volvió di las instrucciones: a las once en la entrada que da al oeste. Narcisa vestida para la guerra, Anka haciendo guardia detrás de la cabina a veinte metros. Berta, auxiliar de Narcisa en el vestuario. Esto último fundamental.
-Vuelvo a las diez y sigo con el resto –dije-. Berta dijo está bien, por primera vez sumisa.
Salí y fui hasta mi departamento. Busqué el aerosol, los papeles, preparé la goma. Me puse el saco verde militar que me había dejado mi padre, el de la insignia del halcón. Necesitaba comprar algo con alcohol y pasé por el kiosco refuerzo. El tipo me miró los pies, tal vez extrañaba lo de las patas de rana, uno nunca sabía. No había nada aceptable, lo más fuerte que tenía era una botella de licor de mandarina. Era eso o agua de limón finamente gasificada y mucha, mucha imaginación. Opté por el licor.
Llegué a lo de Berta a las diez. Su estado de ánimo había cambiado, se notaba en que había preparado comida fría. Imaginé que la llamaría buffet froid o algo así y comí los restos.
Anka fumaba. Narcisa estaba casi lista para la acción, con un vestido de Berta que mostraba los muslos, medias negras, zapatos altos. Estaba muy rara con esa ropa, pero para la estrategia iba a funcionar bien. Berta, a cinco centímetros de su cara, le pegaba con paciencia unas pestañas postizas. Hablaban en voz baja y muy cerca una de otra.
Narcisa no tenía el physique du rol pero parecía muy complacida con el que le asigné.
Yo sabía que era sólo un juego. Ella no podría tener un mínimo contacto con quien no tuviera una extremidad de todo. No era ella en ese vestido y con esos zapatos.
Fuimos en mi auto hasta el centro comercial, llegamos a las once y cuarto. Tomamos posición: Anka detrás de la cabina, yo en un recoveco de la entrada del cine. Berta esperaba en el auto.
Empecé con el licor de mandarina, lo apuré para entrar en escena y me dio náusea.
Narcixxa, como llamé a su personaje, caminó impetuosa hasta la puerta que da al oeste y se paró delante del guardia. Hablaba. Diría lo que habíamos convenido. Que estaba buscando a su hermano que tenía problemas con el alcohol, que siempre lo perdía, que necesitaba encontrarlo porque su madre, etc.
El tipo le dio fuego y ella le agarró la mano con las dos suyas durante unos segundos. Tenía el tapado desabrochado y el elefante le espiaba las piernas. Era un tipo horrible, una mandíbula de neandertal y el pelo como un soldado alemán, rebosante de anabólicos, seguro tomador de cerveza.
Narcixxa hablaba y hablaba, se acercaba cada vez más al tipo, se reía a carcajadas echando la cabeza para atrás cuando el tipo decía algo.
Era tiempo de entrar, pero quería ver hasta dónde llegaría ella. Quedaba muy poco del licor. Lo terminaría y entraría después.
Hasta dónde, o le gustaba de verdad ese primate.
Era una escena, pero yo hubiera jurado que realmente le cabía. Puta, putaputita, jefa de una patrulla patriótica de putones. Te gustó, te gustó y me lo mostrás en la cara.
Entonces Waterboy tenía razón y a mí con la historia del agua de lluvia. Así esss dije en una ese larguísima que se atomizó en muchas eses que empezaron a caer al piso. Estaba mareado. Ella seguía riéndose con el tipo y yo ahí en mi insigne rol de director del comando mandarina.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que sonó el teléfono, atendí y era Anka que me preguntaba qué pasaba. No daba para más, tenía que entrar.
Caminé hasta ellos y me paré delante de la tipa de negro que ya no sabía si era mi amiga la del agua o un exceso de maquillaje que me miraba con furia, tal vez porque le estaba interrumpiendo su bocado.
No sé que dije, pero recordé que tenía que entrar. Fui hasta el local, hice mi trabajo.
Salí y Narcisa le dijo algo al tipo y nos fuimos hasta el auto.
Después debo haberme quedado dormido, porque no recuerdo nada más.
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