sábado, 17 de marzo de 2007

EL RESCATE

Me despertó el teléfono que no dejaba de sonar.
Eran las diez de la mañana y me había quedado hasta muy tarde jugando a la batalla naval con Blas, el hijo de mis vecinos. Blas tiene cinco años y últimamente es la única compañía que me resulta agradable.
Era Berta. Yo no entendía bien qué decía, y le pedí que me esperara un momento. Fui hasta el baño, me lavé la cara y volví al teléfono.
Me decía que estaba preocupada por Narcisa, que aparentemente alguna cosa sobre el tipo del umbral y entonces ahora ella estaba en esos lugares inaccesibles. Que además se sentía culpable por no haberla acompañado en su pequeña felicidad, pero que había actuado así porque le molestaba que ella no se protegiera de nada, que cayera al agua sólo porque un tipo le dijo algo acerca de un umbral. Le dolía además que no entendiera que el umbral es de uno, y aunque otro, en el mejor de los casos, supiera del umbral ajeno, no podía habitarlo con uno. Que era muy terca, etc. Y al final entendí que al tipo no lo había visto nadie, muy probablemente era todo una ficción en la que ella creía, lo que complicaba todavía más la situación. La dificultad de Narcisa de anclar en lo concreto crecía, según Berta. Y además, y además, y decía así muchos ademases para esa hora y para mi dolor de cabeza.
Le dije que no se preocupara, que la iba a rescatar.
A las seis de la tarde llamé a Narcisa.
No me pareció que estuviera tan desquiciada. Le propuse encontrarnos en el bar del puerto.
Nos vimos una hora después. Estaba con el pelo más frizado que antes, como electrizado. Cuando pidió café pude ver que estaba furiosa. Redacción. Tema: Narcisa oleaje tempestuoso. Narcisa herida, más que enojada, olas aptas para surfistas bravos.
Aunque no disfrutaba con su enojo, a mí me gustaba verla furiosa, sus movimientos eran más teatrales. Me gustaba que esté así. Me gustaba también saber que yo fuera para ella un posible rescate. Me gustaba la incertidumbre de no saber si podría serlo en realidad.
No le pedí detalles. Para mí que lo del tipo era una ficción, pero traté de jugar con que era real pero ponerlo a la altura de los demás tipos reales. Le dije que el cuerpo del tipo del umbral en el agua desplazaba una masa similar a la de Waterboy, por ejemplo. Me miró y tuve miedo de que el café caliente fuera a parar a mi cara. Debía cambiar la estrategia del rescate. Si no, sería un naufragio.
No era fácil con ella. Algunas veces, pocas, no había sido fácil para mí. Cuando la conocí, durante unos días tuve la sensación de que algunas parcelas del mundo nacían a partir de lo que ella veía y cómo me lo traducía. Pero eso pasó pronto.
Y me gustaban sus piernas. Tenía piernas delgadas, frágiles. Algunas veces había pensado, como el tipo de una pésima canción, que hubiera querido ser un pez, deslizarme en el agua por entre sus piernas, entrar en lugares vedados, ser un pez succionador, ser una cosquilla por dentro, quedarme ahí y ser su cosquilla mientras ella hablaría con despachantes de aduana. No, quedarme ahí no. Después la perdería para siempre. Mejor sería un polvo liviano.
Pero nunca le dije nada porque con ella no se podía. Ponía todo tan elevado que no era posible estar en ese lugar sin después caer estrepitosamente al concreto, caliente y con brea derretida. No saldría ileso, no.
Otra vez fue en Buzios, en la playa. Ella hablaba con Berta de no sé qué cosa, los cuatro tendidos en las lonas respectivas. Ella se protegía del sol con factor 15. Absorta en lo que Berta le decía, su mano había quedado suspendida en el aire, entre su pierna derecha y lo que yo veía como un pedazo de sombrilla, el factor 15 goteaba y resbalaba en su pierna y mi cabeza dio una pequeña excursión por propiedad privada, lugares no autorizados para visitantes.
Pero no hubo otros episodios. Y prefería perder un polvo con ella antes que perderla a ella. Tal vez alguna vez, borrachos los dos y al otro día como si nada.
Por el momento pensaba que Berta exageraba. Narcisa no estaba tan loca. Saldría a flote en unas horas, un par de días tal vez, porque, era muy vulnerable, pero también lo era a las delicias de este mundo, como ella decía. Cuando tenía agua de lluvia, tenía como una luz intensa que invadía todo. Una vez yo se lo había dicho:
-En qué andás, hija de puta, tenés una luz...
Y era sólo que había conseguido un disco de Miles Davis que había estado buscando desde hacía tiempo.
Era así.
No hacía falta rescate. Ni a mí me hacía falta probarme si yo hubiera sido o no su posibilidad de rescate. Prefería quedarme con la duda.

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