¿Dejaría la ausencia ante ese piano, ante la eternidad de su sonido? Sola. Ante ese piano sola.
Sería necesario vestir de blanco, o tal vez llorar bajo el agua, dejar que el agua vaya al agua.
No te asustes, padre, no estoy obsesionada, sólo tengo agua de reserva.
¿Dejaría la ausencia de dolerme una tarde? La pregunta es otra sin embargo. La pregunta es ¿moriría hoy ante ese piano? ¿Derraparía así de sed, de sal, de abismo y cosa seca?
Me ocultaste así tus ojos húmedos. Y bien. Y qué. Los hombres no lloran, hija. Los tipos no lloran, nena. Y bien. Y qué? Lloran, sí, lloran a horas extrañas, o buscan que coincida con el fútbol. Pero los solares de los solos son iguales. No hace falta ser una fémina, una frágil fémina revestida en efes
efusiva
efectista
efectiva
efímera
efímeramente mente efímera
para llorar, llorar de cara a la indolencia del río, llorar triplicada por tres hermanas féminas llorantes.
Por eso es necesario dejarte por hoy ante ese piano, porque de este lado, aunque llueva a veces demasiado, uno puede gozar de las uvas, los peces, y hay tanta luz y perfumes todo el tiempo. Y ser tan efímera también me deja paladearlo. Hay un vino rojo, lo ves?
Entonces tu ausencia es un poco más leve, un horizonte apenas, y levitas todo el tiempo a mi lado sombra de mi sombra, hojita mía, página de mí.
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