Calio miraba un video de Fesser mientras Berta y Narcisa hablaban en voz baja; iban por el tercer martini. Anka no había terminado el primero.
El departamento daba al río y las ventanas estaban abiertas.
Cuando terminó el video Calio fue hasta el estante de los discos.
Narcisa, olvidando su rol de anfitriona, ocupó el puff junto a la ventana. Estuvo quince minutos mirando el vaso, sin decir nada.
Berta la miraba hundirse en el rojo del martini, en el Let’s never stop falling in love de China Forbes y era demasiado. Todo muy demasiado y tanto, y que en medio de las tormentas me digas que me amas. Tan cursi, Narcisa y su pequeña dicha de unos días. Pero era necesario y esperable.
Tal vez lo de Berta era un levísimo rencor por ese solipsismo, los cauces fluviales y pluviales, el umbral, mientras que con Manuel todo lo contrario, ni siquiera los vestidos.
Berta en su momento más islote y ella, así, como si nada, le había dicho lo del tipo en la pileta. Pero Calio tenía razón, era justo agua de lluvia.
Por eso habían traído martinis, era una celebración de algo que no se nombraba: se notaba en el aire, en el humo de los cigarrillos.
-Es evidente que por eso es Pink Martini –dijo Calio.- ¿Puedo pasar al tema tres?
-En sus ojos habita el agua –dijo Narcisa.
Berta fue hasta la cocina. Calio le dedicó un guiño a Anka, que por primera vez era la más tratable, con Narcisa en su nirvana acuoso y Berta molesta por todo.
Después llegó Manuel, con un chardonnais frío, a punto. Narcisa lo guardó en la heladera y todos supieron que iba a quedar ahí. Manuel era un chardonnais frío entre cuatro martinis rojísimos. Aún con los avatares de la noche, con el tipo acuático sobrevolando por ahí, más presente que China y que Manuel y que todos los presentes.
Calio quería jugar a los navegantes y nadie nada.
Como siempre que no encontraba partenaire para su momento histriónico, se las arregló solo. Cuando Berta se levantó para ir al baño, poniéndosele delante, improvisó una de sus odas.
“-Eolo, oh!, Eolo,
Tú que guías nuestros ventiladores de techo y parapentes
No dejes a estos navegantes sin la guía de tu hálito
por los caminos de Poseidón
Asiste también a los nebulizadores
Y a los gallitos de veleta
A trombas, trompetas y flautines,
No olvides a los espantasuegras
Ni a los aviones a chorro
Mucho menos a los veleros que cruzan el mar.”
Berta sorteó el ímpetu del capitán y se encerró en el baño. Calio sabía que iba a ser así, era lógico, estaba Manuel. Con Anka era distinto. Siempre se podía jugar con ella, tal vez porque eso no les representaba ningún riesgo. Eran un equipo, una hermandad asexuada, él la trataba con la misma delicadeza que a su hipocampo de cristal de murano. Tenían eso, habían conseguido asilo cada uno en el otro, sin histeria, sin impostura, se sabían frágiles y no lo olvidaban. Una fórmula sencilla para ellos.
-Es tuyo?-preguntó Manuel.
-No, es de Lewis Carroll – inventó el capitán.
-Ah, con razón. No me gusta Cabrol.
Anka pensó que, aún yerro mediante, era un verdadero acontecimiento que Manuel evocara a Chabrol. De Carroll ni hablar.
-Sí, Cabrol –jugó Calio, muy cerca del límite de Manuel- Tiene unos textos muy buenos sobre cabras, patas de cabra y cosas así.
Anka pensó en abracadabra y Calio no paraba, ignorando completamente a Berta que lo miraba fijamente y le sacaba el vaso para que no siguiera con el quinto martini.
-Tiene un ensayo sobre metafísica en el que empieza diciendo que estaba en una reunión de mujeres y una de ellas tenía en los brazos un bebé que se obstinaba en arquear la espalda, corcoveando a pesar de los esfuerzos de su madre. La madre explicó que el niño padecía la pata de cabra, que no es el miembro o extremidad de un mamífero caprino, ni el enunciado que presagia algún acontecimiento mágico, sino algo metafísico.
Era demasiado. Manuel dijo que se iba. Berta saludó y él no.
Narcisa estaba dormida en el puff y no había más cigarrillos.
Anka y Calio acordaron que no era tan descabellada la teoría de Cabrol, que había cosas peores, escritas como gemas filosóficas por tipos de carne y hueso. Decían todo eso mientras limpiaban los ceniceros y lavaban los vasos. Cuando todo quedó en su lugar, dejaron una nota en la puerta y salieron.
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