domingo, 24 de junio de 2007

EL BIOGRAFO

Carlos Arcuri se acomoda en el asiento del avión y repasa la historia de Akaki Akakievich. En la décima línea de la página cuarenta y cuatro hay un insecto aplastado. Sacude el libro, el insecto cae al vacío desde la A mayúscula.
En San Petersburgo consigue, con gran esfuerzo idiomático, una habitación con ventana a la calle. A la noche sueña con Akaki Akakievich; lo ve de espaldas, con un sobretodo como el suyo. Después del desayuno pregunta al conserje por la casa de Gogol. Aunque supone que va a darle un plano –como lo había hecho el jefe de redacción dos días antes-, el conserje lo acompaña hasta una calle empedrada y caminan en silencio hasta una casa. El conserje se despide. Arcuri toca el picaporte y la puerta se abre.
Sentado frente a una mesa, de espaldas, apenas iluminado, Gogol escribe. Arcuri se alegra de su buena suerte. Volvería con el artículo pero escrito por el mismo Gogol.
Le explica. Gogol acepta, cortés, con la condición de que Arcuri colabore con su cuento, una historia sobre un hombre común: un copista con un sobretodo.
El cronista pregunta y Gogol contesta sin dobleces. Arcuri está muy a gusto, pesar de lo húmedo y frío de la habitación. Tiene la extraña sensación de ser habitado por el copista, de que, sin saber por qué, él es Akaki Akakievich. Eso, sin que sepa por qué, lo alivia.
Akaki Akakievich tose y agoniza en su cama y Arcuri empieza a toser también.
Gogol pregunta si le molesta el humo. Arcuri, sin dejar de toser, mueve el dedo índice como si fuera un péndulo invertido.
La habitación se torna un campo de niebla en el que es difícil respirar. Tampoco puede verse ya la silueta de Gogol.
Cuando la policía de San Petersburgo entra en la casa de Gogol, encuentra el cuerpo de un hombre con un pasaporte de un país sudamericano.

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